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Bernd Dietz

Levantarnos

Da grima constatar día a día, al menos desde que estalló la crisis en 2007, pero en realidad desde que el golpe de estado del 11-M expuso blanco sobre negro lo que podemos embaularnos sin parpadear, que carecemos de capacidad de reacción.

Por decirlo en términos de Leo Strauss: procedemos de Jerusalén tanto como de Atenas, de la promesa salvífica de la religión (con la que se emparentan, por mimetismo, las adhesiones al nacionalismo zampatortas y a los recetarios socialistas, por letales que resulten sus evangelios) y del esclarecimiento ulteriormente emancipador de la razón filosófica y científica (que, como cualquier epistemología, es implacablemente jerárquica y no tolera sentimentalismos, aun aplaudidos por una mayoría coyuntural y quejumbrosa).

El problema español, empero, es de impostura. Son los zoquetes y caraduras que infestan la nomenclatura, el batiburrillo de políticos venales, intelectuales mendaces y técnicos con galones que acreditan que es verdad la mentira, por blindar sueldos oficiales y colgarse condecoraciones. Cual banqueros listillos o Solbes ante Pizarro. Se explican así la corrupción judicial, el saqueo institucional, la prevaricación educativa y el repelente carisma de estos indignados, carnaza mediática de enredadores, aforados, desfalcadores y forofos afligidos. Nada nuevo bajo el sol, desde la cicuta de Sócrates.

Da grima constatar día a día, al menos desde que estalló la crisis en 2007, pero en realidad desde que el golpe de estado del 11-M expuso blanco sobre negro lo que podemos embaularnos sin parpadear, que carecemos de capacidad de reacción. Que, en vez de reflexionar, rumiamos papilla premasticada. En verdad no somos peores que otros países escasos de sentido crítico, aunque a diferencia de éstos evidenciemos más crudamente el abismo entre lo que somos y lo que nos figuramos ser. También va en contra nuestra la cachaza proverbial. El que nos mantengamos repantigados en el paradigma de una España idealizada por el turisteo (pasmado ante nuestro exotismo romántico y enternecido, cuánta credulidad, ante nuestros padecimientos a manos del oscurantismo inquisitorial y la tiranía fascista; tópicos victimismos ordeñados por nosotros hasta la saciedad, por sectarismo, inercia, corporativismo y cuco cálculo), cuando la noticia estriba en que nos han calado con creces, por lo que nuestra credibilidad está hoy por los suelos (de ahí que nadie nos compre un cuchitril en la costa, con vistas al vecino, a precio de ático en Berlín).

Que nos cueste despertar a nosotros, apologistas de la siesta, es entendible. Pero que continuemos apoltronados cuando se han encendido todas las luces rojas (los de la violencia como partera revolucionaria, en happy hour psicópata, empiezan a sacar pecho), ya es para banderillas negras. Ahí está Rubalcaba, ese químico, que actúa tal si el obnubilado Zetapé no hubiera sido lo bastante dañino y paparruchero como para llevarnos al desastre, y quisiera consolidar el estropicio.

Se nos viene encima lo peor, incluso aunque gobernase (está por ver) el melindroso PP, que desde el gatuperio de los trenes ha aprendido a caminar con pies de plomo. Bienvenidos sean Rajoy y compañía si vienen dispuestos a lidiar con este toro y comprenden (algo por verificar) de qué va el asunto. A lo peor se quedan cortos en el diagnóstico y consideran que pueden salir del paso conformando un PSOE bis, una prolongación adecentada del ensalmo cañí. Porque no está probado, aunque su preparación profesional y su perfil moral, recidivas caciquiles aparte, sean infinitamente mejores, que calibren lo que va de cráneo en el país y osen intentar enmendarlo.

Al final somos nosotros, los ciudadanos de base, los señores del cotarro democrático. La culpa no es de Dios ni del Caudillo. Somos libres para engañarnos al son de dame pan y dime tonto. Nuestra cotización cayó y prosigue desplomándose. Cuanto más tardemos en corregir el rumbo, más humillante y arduo será remontar. Algo cuya aceptación resolutiva sabotean nuestros fatuos artistas, nuestros pomposos intelectuales y demás patulea subsidiada. El chupopterismo progresista.

En España

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