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Agapito Maestre

El complejo “timótico”

El indignado, y en esto coincide con el terrorista, sólo pretende la movilización general, la toma del poder y, luego, ya veremos lo que hacemos.

Las manifestaciones de los indignados nada tienen que ver ya con el espíritu democrático que, quizá alguna vez, inspiraron sus primeras expresiones. La indignación colectiva por un motivo abstracto, como sería la existencia del mal en el mundo, no es indignación. Es una enfermedad social que padecen muchos individuos. Se llama complejo timótico –del dios griego de la ira: Thymos–, o sea, la cólera surgida de un mal abstracto que es promocionado por totalitarios, encuadrados en turbas urbanas, cuyo único objetivo es la agitación y la movilización general de la sociedad. Los dirigentes de los indignados sólo aspiran reventar la democracia. Por eso, como en el caso español, esas gentes aparecen especialmente en procesos electorales, tiempo clave para que la ciudadanía ejerza el sufragio de acuerdo con las dos condiciones fundamentales de las sociedades democráticas, a saber, poder seleccionar a nuestros representantes políticos sin presiones personales y sin movilizaciones sociales.

Libertad individual y tranquilidad social son, exactamente, los dos presupuestos democráticos que tratan de destruir los indignados. ¿Cómo llamar a esta gente? ¿Cómo dirigirnos a quienes destruyen los procedimientos democráticos, especialmente, cuando más necesarios son para tomar las grandes decisiones políticas? Estamos ante revolucionarios. Sí, sí gentes radicalmente contrarias a los seres que creen en la democracia. La cuestión es sencilla de comprender: revolucionarios frente a demócratas, gentes que desprecian la política frente a personas que creen en las instituciones, violentos que imponen por la fuerza su convicción frente a pacíficos que discuten sus opiniones con sus conciudadanos.

Indignados y demócratas son términos antitéticos. Eso es todo: el demócrata es pacífico y, por eso, cuando se manifiesta en la calle por un motivo concreto y singular, no sólo pide permiso a la autoridad correspondiente, sino que también somete sus demandas a la crítica pública. El indignado timótico, por el contrario, no sólo no pide permiso, sino que se cree "legitimado" por este "complejo moral y cuasi religioso" para imponer la cólera al resto de la sociedad. Su grito es terrible: ¡Reventemos la calle! En otras palabras, el complejo timótico vertebra en la actualidad las ansias de imponer una "justicia universal", o lo que sea, pues ni ellos mismos lo saben, a través de la violencia. El indignado, y en esto coincide con el terrorista, sólo pretende la movilización general, la toma del poder y, luego, ya veremos lo que hacemos.

Es menester, pues, levantar acta de estas obviedades para descalificar la posibilidad de contemplar esta movida de los indignados como algo remotamente vinculado a la democracia occidental. Falso. Este personal sólo utiliza la democracia para asesinarla. En el mejor de los casos, la "legitimación" de estos indignados es de carácter religioso o moral, una especie de odio universal a la injusticia terrena, pero que nada tiene que ver con la política y la democracia, porque no someten su opinión a la crítica de los demás y, además, tratan de imponerla violentamente. La democracia es la resolución pacífica de conflictos, mientras que los indignados nos imponen su falsa cólera, o sea, quieren infectarnos con su enfermedad.

¿Será esta movida de los indignados, junto con el aquelarre montado por los terroristas de Eta en San Sebastián, los dos últimos "argumentos" de Rubalcaba para ganarle a Rajoy el 20-N?

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