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EDITORIAL

Rajoy y la ejemplaridad

Con la que nos está cayendo encima –económica, social, nacionalmente hablando–, Rajoy, que pretende ser el próximo presidente del Gobierno, tiene que entender que tiene que mojarse. Acaso principalmente por una cuestión de ejemplaridad.

El PP ha presentado este domingo el resumen de su programa electoral. Posiblemente no le haga perder votos. Posiblemente no se los haga ganar. Es harto probable que la conjunción de ambas posibilidades haga las delicias de Mariano Rajoy y su formidable equipo de arúspices y sociólogos.

Tiempo habrá –esperemos– de analizar el programa completo; de este resumen cabe decir que le falta nervio, coraje, audacia, y que alterna las de cal con las de arena. El PP da gran importancia a la economía, pero menos de la que debiera a la libertad de los distintos agentes económicos. Sabe que las recetas socialdemócratas no sólo no funcionan sino que garantizan el desastre, pero buena parte de sus ideas están igualmente marinadas en dirigismo estatista. En materia de educación, entiende que es necesaria una reforma integral de un sistema a todas luces deficiente, pero, por muy loables que sean algunas de sus propuestas, tampoco aquí apuesta decididamente por la libertad. En cuanto a la justicia, se muestra claro, valiente y contundente a la hora de defender la cadena perpetua revisable, pero nada dice sobre la despolitización del Tercer Poder, que no es sino un siervo del Primero desde que Alfonso Guerra rematara a Montesquieu.

En las tres líneas y media que dedica a "la derrota del terrorismo" se compromete a no negociar con terroristas "ni por la presión de la violencia ni por el anuncio de su cese" y a promover "el reconocimiento y la memoria de las víctimas", pero no dedica una sola palabra a la lucha contra los asesinos y sus voceros en los ámbitos institucional y judicial. Y si bien llama al diálogo y la concordia "en torno a los valores constitucionales", no avanza cómo serán sus relaciones con los partidos y los Gobiernos autonómicos que están en pie de guerra, en los dichos y en los hechos, contra los valores constitucionales.

Mariano Rajoy y su formidable equipo de arúspices y sociólogos son muy partidarios de la lluvia fina, que paradójicamente tiene por pilar fundamental el no mojarse. Es hasta cierto punto comprensible que, teniendo lo que tienen enfrente –ese PSOE que, tantas veces, en vez de adversario es enemigo–, los populares se cuiden muy mucho de facilitar la tarea a quienes intoxican, desinforman y manipulan sin vergüenza; pero, dadas las pavorosas circunstancias que padecemos, al hipercauto político gallego se le puede y se le debe exigir más. Con la que nos está cayendo encima –económica, social, nacionalmente hablando–, Rajoy, que pretende ser el próximo presidente del Gobierno, tiene que entender que tiene que mojarse. Acaso principalmente por una cuestión de ejemplaridad.

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