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EDITORIAL

La necesidad de una catarsis en el PSOE

Sabemos que Almunia presentó su dimisión tras las elecciones que dejaron a su partido con tan sólo 125 escaños. Sin embargo, no está nada claro que Rubalcaba vaya a hacer lo mismo, aun cuando las encuestas le pronostican un fracaso aun más clamoroso.

Tal vez sea apresurado reflexionar sobre el futuro del PSOE antes de que los ciudadanos se hayan expresado en las urnas. Mas, de la misma forma que nos hemos permitido dar implícitamente por válidas las encuestas que auguran una holgada mayoría absoluta del PP cuando hemos advertido a este partido de la necesidad de acometer cuanto antes profundas reformas, también queremos expresar ya nuestra opinión de que el partido socialista debería aprovechar su previsible fracaso electoral para llevar a cabo un saludable ejercicio de autocrítica que condujera a una profunda renovación en sus cargos y en su programa.

Una cosa es que los sondeos auguren al PP una holgada victoria y otra, muy distinta, cual va a ser el grado de fracaso electoral de los socialistas como para que Rubalcaba renuncie a seguir liderando al PSOE. Sabemos que Joaquín Almunia presentó su dimisión tras las elecciones de 2000 que dejaron a su partido con tan sólo 125 escaños. Sin embargo, no está nada claro que Rubalcaba vaya a hacer lo mismo, aun cuando las encuestas le pronostican un fracaso aun más clamoroso que el de entonces.

El dedazo de Zapatero a favor de Rubalcaba privó al PSOE de la celebración de un congreso y hasta de la celebración de unas auténticas primarias. La abortada candidatura de Carme Chacón no fue nunca más que un maquillaje con el que Zapatero quiso dar una imagen de democracia interna a una designación que ya había tomado de antemano a favor de Rubalcaba. Sin embargo, Rubalcaba no quería correr riesgo alguno, ni por parte de Chacón, ni por parte de cualquier espontáneo que se creyera de verdad lo de la democracia interna, por lo que forzó la renuncia de la política catalana.

Por mucho que Rubalcaba haya querido distanciarse de Zapatero durante toda esta campaña, lo cierto es que el candidato socialista representa, tanto o más que el propio presidente del gobierno, la incompetencia y el absoluto nihilismo que ha caracterizado el zapaterismo. Otro tanto se podría decir de la propia Chacón, exponente de la deriva nacionalista de los socialistas, o de Tomás Gómez, claro ejemplo en Parla de la ruina a la que lleva el irresponsable empeño de seguir gastando más de lo que se ingresa. En cuanto a González y Guerra, con los que Rubalcaba ha querido que le vieran en los mítines, podríamos decir cualquier cosa menos que suponen un aire de renovación para el partido.

Al preguntarle este miércoles si una catalana podría liderar el PSOE y presidir el Gobierno de España, Chacón ha reiterado, lógicamente, que sí, añadiendo un "a ver quién se atreve a decir lo contrario". Es evidente que decir lo contrario implicaría acusar al PSOE de ser un partido machista y catalanófobo. Sin embargo, no es esta la cuestión. La cuestión es si el PSOE, independientemente del sexo o de la procedencia regional de su máximo representante, va a ser capaz de transformarse en un partido homologable a las modernas socialdemocracias europeas; un partido que no trate de imponer en la calle lo que no logra conseguir en las urnas; un partido que ponga fin a su deriva nacionalista, que no vea con reaccionaria aversión a los mercados y que acepte que ajustar los gastos a los ingresos, lejos de ser un imperativo ideológico, es un imperativo de la realidad.

Esperemos que el deseable varapalo electoral que previsiblemente el PSOE va a llevarse el próximo domingo le sirva, a modo de catarsis, para convertirse en un partido homologable a las formaciones socialdemócratas europeas y capaz de ejercer responsablemente la labor de oposición. Lo que está claro es que con Rubalcaba al frente esa renovación no se llevará a cabo. Tampoco con Chacón, por muy mujer y catalana que sea.

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