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Pablo Molina

Un año perdido

Un año de sufrimiento, un año de quebraderos de cabeza para dos mil familias humildes intentando cumplimentar los cientos de formularios necesarios para acceder a las ayudas que el gobierno les prometió, y todo para nada.

La región de Murcia es una zona de elevada actividad sísmica, donde los movimientos perceptibles del subsuelo son algo relativamente habitual. A veces esos ligeros temblores llegan a despertarte si suceden en la madrugada, y no sabes si ha sido un sueño agitado o una sacudida real hasta que a la mañana siguiente ves la noticia en los medios regionales. En ocasiones se producen terremotos de mayor intensidad como el ocurrido en 1999, con epicentro en la localidad de Mula, que a servidor le cogió a 40 km. de distancia en un octavo piso de oficinas y puedo asegurar que, a pesar de que los murcianos estamos acostumbrados, las escenas de pánico fueron bastante notables. En 2002 y 2005 la tierra volvió de nuevo a moverse en Murcia y hubo daños en centenares de edificios de las localidades en las que se situaron los epicentros, aunque por suerte no hubo muertos sino tan sólo algunos heridos de escasa gravedad.

Nada comparado con lo que ocurrió en Lorca hace hoy exactamente un año, con nueve muertos, más de trescientos heridos y miles de edificios seriamente dañados en sus estructuras a causa de un terremoto que, a pesar de no merecer la máxima calificación en la escala técnica al uso, se produjo muy cerca de la superficie con efectos devastadores.

Era el 11 de mayo de 2011, en plena campaña electoral para las autonómicas y municipales, así que no faltó un político en España que no rindiera visita a la ciudad para prometer una pronta solución al desastre y, de paso, ocupar sus treinta segundos en los telediarios de la noche.

Rubalcaba, vicepresidente y ministro del Interior, y Carmen Chacón, ministra de Defensa, que tanto juego darían meses más tarde en su lucha por la secretaría general del PSOE, fueron de los primeros en aterrizar. Rajoy y Zapatero lo harían después y todos juraron ante los vecinos que las instituciones nacionales y regionales solucionarían los terribles daños del terremoto de forma inmediata. Con sano escepticismo la gente de Lorca no les aplaudió en exceso salvo los hooligans de sus partidos, seguramente cargos electos, que en estas ocasiones fungen de espontáneos para ambientar la presencia de sus líderes. Todos rindieron visita, todos prometieron soluciones y todos volvieron a su principal ocupación en esos días, ganar las elecciones autonómicas en ciernes.

Hubo muchas réplicas de ese terremoto, algunas de ellas escalofriantes. Recuerdo haber estado allí tres días después del desastre, para participar en un programa de televisión que buscaba recaudar fondos para los damnificados, y en dos horas de programa la tierra tembló no menos de cuatro veces. Los focos se movían (uno incluso cayó al suelo) y los invitados nos mirábamos unos a otros y a veces perdíamos el hilo de la conversación, pero el público seguía en sus asientos atendiendo al desarrollo del programa como si esos temblores continuos fueran lo más normal del mundo. Claro, es que lo eran, como todos ellos sabían bien.

Pasaron las elecciones de aquel final de mayo y Zapatero hizo un Decreto Ley para reconstruir la ciudad y ayudar a los lorquinos que se habían quedado sin casa. Y lo hizo tan bien que ordenó que todos esos fondos de emergencia se instrumentaran a través de subvenciones, como corresponde a un socialista que en tal virtud resulta incapacitado para pensar en otra clave de gestión pública que no sea mediante el subsidio estatal.

Pero resulta que los jubilados lorquinos, los trabajadores manuales y, en general, la gente que había visto los edificios donde estaban sus viviendas demolidos no son gestores de organizaciones "sin ánimo de lucro" especializados en el trinque de la subvención, así que la enorme burocracia que había que cumplir para acceder a los créditos y ayudas se convirtió en una muralla infranqueable.

Esta gran idea de ZP de convertir la gestión de una catástrofe natural en una convocatoria de subvenciones para dialogar con los hipopótamos de Guinea tuvo como consecuencia que los lorquinos seguían con sus edificios derruidos, viviendo en casas de familiares desperdigadas por el campo, mientras veían diariamente cómo las empresas contratadas por el gobierno reparaban los daños de los edificios oficiales en un tiempo record.

Y así todo un año hasta que, hace unas semanas, el gobierno de Rajoy anuló ese delirante programa de subvenciones imposible de cumplimentar con un nuevo decreto que ya ha comenzado a liberar los fondos necesarios para la reconstrucción de Lorca, uno de los municipios más extensos de España.

Un año de sufrimiento, un año de quebraderos de cabeza para dos mil familias humildes intentando cumplimentar los cientos de formularios necesarios para acceder a las ayudas que el gobierno les prometió, y todo para nada. Un año perdido que ya nadie les va a devolver.

El Rufete de Lorca, en contra de lo que muchos afirman, no es una leyenda urbana. Es real. Hasta hace unos meses trabajaba de presidente del gobierno.

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