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Rafael Núñez Huesca

La sangre

Para un hombre recto, íntegro, no hay mayor satisfacción que el cumplimiento del deber; el de los Abascal es reivindicar la españolidad de las provincias vascas, que llevan un siglo ahogándose en los dogmas de Arana

Nada más alejado del Lacoste, jersey sobre los hombros y mocasines de borlas estilo pepé que esta familia de vascos. Austeros, sencillos, generosos y de trato extraordinariamente cercano. La imagen que, en definitiva, teníamos de lo vasco.

Cuando uno imagina a hombres que viven la cotidaneidad de la amenza terrorista; a hombres cuya principal actividad política ha sido dar sepultura a otros hombres, amigos por lo general; cuando uno configura un retrato mental de estas gentes, digo, el lápiz dibuja tipos huraños, amargados por la incertidumbre del quién será el siguiente. Y el lápiz se equivoca. De medio a medio. No son así.

Para un hombre recto, íntegro, no hay mayor satisfacción que el cumplimiento del deber; el de los Abascal es reivindicar la españolidad de las provincias vascas, que llevan un siglo ahogándose en los dogmas de Arana; triturando los puentes culturales, históricos y emocionales que vinculan aquella españolísima tierra con las del resto de España.

Manuel Abascal Pardo tiene hoy 92 años, antiguo alcalde de Amurrio y responsable en gran medida de la industrialización del pueblo. Recibía, en plena borrachera etarra, sentencias de muerte en el buzón, cartas de extorsión les llamaban algunos; impuesto revolucionario, algún miserable. Todas las rompió.

Santiago Abascal Escuza, el hijo, lleva celebrando el día de la Hispanidad en el Valle de Ayala, Álava, desde que tiene uso de razón. Tres son las veces que la canalla etarra ha intentado liquidarlo, y tres son las veces que la de la guadaña se estrelló en los muros de España. Y sigue dando guerra. Tranquilo, impasible como es él, pero firme como las columnas que yerguen su dignidad. La misma dignidad que lo mantiene en el lugar del que otros se movieron. Él sigue donde siempre.

Santiago Abascal Conde, el nieto, es el nuestro, el mío, el presidente de DENAES. Generoso es, quizá, la palabra que mejor lo define. Próximo, cercano. Lee y escribe. Un tipo intelectualmente inquieto. Un buen día –¡bendito sea ése día!- decidió que a la patria había que defenderla en Amurrio y Fuenterrabía, pero también en Valencia y Madrid; en Mondragón y en Leiza, pero también en Ceuta y Coruña. Y es por eso que toma la iniciativa; nace la Fundación para la Defensa de la Nación Española. Carisma, formación, hechuras de líder, faro de muchos. De firmes e incuestionables valores, abierto siempre a escuchar cómo proyectarlos.

Jaime Abascal es un renacuajo de ocho años. Hijo de Abascal Conde, nieto de Abascal Escuza, biznieto de Abascal Pardo. Forjado en el amor profundo a España, educado en el honor, eso tan antigüo. Como el padre, ríe con ganas, se diría que le ríe el rostro entero. Y en unos años, cuando algún periodista le pregunte por la primera vez que dio la cara por España, él habrá de responder que, aún a riesgo de que se la partieran, fue en el estío del dosmil doce. Y, tanto si fuera por olvido o por humildad que no quisiera responder, estas letras quedarán para siempre como testimonio de lo que ocurrió aquella tarde. Así actuaste, Jaime.

Santiago: -¿Se puede saber qué demonios ha pasado, Adriana?
Adriana, hija de Santiago, hermana pequeña de Jaime: - Pues... estábamos jugando en el parque... pasó una manifestación...
- ¿Una manifestación, de quién?
- No sé, chillaban "española ez, ikurriña bai... española ez, ikurriña bai!"
- ¿Ah si, eh?, ¿y cuántos eran?
- Muchísimos, treinta o... cuarenta. Eran etarras.
- Vaya, ¿y qué pasó?
- Nada, yo me fui.
- ¿Pues?
- Jaime me dijo que marchara corriendo de allí.
- ¿Y él?
- No, él se quedó... y cuando creía que yo ya no estaba se puso a gritarles. Pero yo no me había ido, estaba escondida.
- ¿Cómo a gritarles, qué les dijo?
- ¡Viva España!, ¡Viva España!
- ...
- ¿Ya me puedo ir, papá?
- Eh... sí hija, sí. Bueno, una cosa más, ¿qué hizo Jaime después de eso?
- Vino conmigo a seguir jugando, ¿me puedo ir ya?
- Sí hija, ve, ve...

También presencié, como la anterior, la conversación entre el padre y el hijo:
- Santiago: ¿Qué ha pasado en el parque, Jaime? Me ha contado tu hermana que...
- Jaime: Nada, hemos estado jugando, ¿por?
- Pero me ha dicho Adriana que...
- ¡Ah sí, ésos! Una manifestación de ésas.
- ¿Ya, y decían algo?
- "Española ez, Ikurriña bai". Todo el rato. Insultaban a España, papá.
- Y tú...
- Le dije a Adriana que se fuera corriendo y grité: ¡Viva España! Dos veces. Y mucho más fuerte que ellos, ¿eh?
- ¿Y?
- Me fui a jugar a otro sitio.
- Escúchame hijo, has hecho una cosa que está muy bien y otra en la que te has equivocado, te explico. Cuando delante de un español se insulta o se ofende a España, uno tiene el deber de defenderla. Y tú lo has hecho, y yo estoy muy orgulloso.
- (Tímidamente) Sí papá...
- Ya... pero te has equivocado en la altura, éstos eran mayores...
- ¡Pero papá, delante de mi estaban...!
- ¡Jaime!, tú los pequeños y yo los grandes, ¿entendido? Ése es el trato.
- (Con la barbilla en el pecho, ceño fruncido y brazos cruzados) Vaaale.

Sin cambiar de postura, rígido, se aleja. Pega una patada a una piedra.

Es la sangre.

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