François Hollande apenas lleva seis meses en el Elíseo y su gestión económica ya hace aguas. El socialista llegó al Elíseo bajo la promesa de revolucionar la política europea rompiendo la alianza de París con el Berlín de Angela Merkel y sustituyendo las políticas de austeridad por otras basadas en más gasto público, más déficit y más deuda. Justo lo contrario de lo que propugna la canciller alemana para atajar la crisis de deuda que azota a los países del sur de Europa, y que está poniendo en riesgo la propia arquitectura monetaria de la UE.
El relumbrón le ha durado muy poco al francés. The Economist ha publicado un amplio informe en el que pone en duda la credibilidad económica de la hasta ahora intocable y todopoderosa Francia, uno de los dos grandes pilares de la Zona Euro y de la propia UE. La prestigiosa revista no se anda por las ramas al descubrir las vergüenzas del Gobierno socialista galo: su economía se ve cada vez más vulnerable; lleva años perdiendo competitividad frente a Alemania; ha recurrido en exceso al gasto público y la deuda. Francia, en fin, sentencia el semanario británico, es una "bomba de relojería para el euro".
Efectivamente, si bien su economía cuenta con fortalezas considerables en comparación con la de otros países europeos, su sobredimensionado Estado del Bienestar amenaza con hundirla. El antecesor de Hollande, Nicolas Sarkozy, era mucho más consciente de los problemas que acechaban a su país tras el estallido de la crisis del euro, de ahí que adoptara medidas –tímidas pero correctas– encaminadas a reconducir el creciente déficit y la abultada deuda: recorte del gasto, reforma de las pensiones, reducción de la carga fiscal a las empresas. Un exiguo plan de austeridad que, sin embargo, no gustó a un electorado que desde hace décadas está acostumbrado al paternalismo estatal, tan arraigado en Francia.
Así las cosas, Hollande ganó las elecciones presidenciales del pasado mayo con un programa radicalmente opuesto a la austeridad en el sector público que tanto necesita Europa. Pero los efectos de su política se harán notar tarde o temprano en la economía francesa. El gasto público asciende ya al 57% del PIB, el nivel más alto de toda la Zona Euro, y la deuda supera el 90%. Sin embargo, Hollande no pretende aplicar recortes, ni mucho menos, sino disparar aún más la fiscalidad que soportan particulares y empresas.
En definitiva, el presidente galo prepara un cóctel explosivo, a base de recetas erróneas, que amenaza con extender la crisis de deuda periférica al mismo corazón de Europa. Las políticas de Hollande, muy similares a las que sufrimos en España con el PSOE, demuestran que Zapatero no ha abandonado la escena: un émulo asienta sus reales en el Elíseo. El resultado será igual de funesto.

