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Cristina Losada

Experimentos con la cobaya chipriota

La Unión Europea está induciendo el desencadenamiento de un pánico bancario.

La Eurozona nos ha vuelto a dejar boquiabiertos con su forma de resolver, por así decirlo, la quebrada situación financiera de Chipre. Quienes más perplejos e indignados han de estar son, desde luego, los chipriotas que tienen sus ahorrillos en los bancos de su país. Los ministros de Finanzas del euro acordaron, como si tal cosa, que se podía incumplir la garantía de los depósitos de menos de 100.000 euros y someterlos a una quita considerable. Quien disponga, por ejemplo, de 30.000 euros aportará forzosamente 2.025 euros al rescate, cantidad que en la segunda vuelta de la negociación puede reducirse un tanto. Así, tras el shock inicial se administra un alivio.

Después de la quiebra de Lehman Brothers, en 2008, la UE quiso dejar claro que todos los ahorros –hasta la cantidad antedicha– se encontraban a salvo. Ahora invita e incita a pensar que no hay seguridad que valga. De ese modo induce a que se desencadene un pánico bancario, fenómeno que una vez en marcha se alimenta a sí mismo y se vuelve incontrolable. Posiblemente no suceda, pero resulta incomprensible que se corra el riesgo. Eso es jugar a la ruleta rusa, y nunca mejor dicho, dada la cantidad de turbio dinero ruso aparcado en los bancos de Chipre, asunto éste con el que se pretende justificar moralmente el castigo.

Ah, no hay peligro ninguno, ni de contagio, porque Chipre es una economía muy pequeña y la decisión es excepcional y única, aseguran por igual expertos y gobernantes. Ya lo veremos. Esa dimensión no es la única que cuenta en estas materias. Grecia era de poca monta –y la quita a sus acreedores privados igualmente excepcional–, y a punto estuvo de llevarse por delante el euro. Se diría que el Eurogrupo y quienes llevan ahí la voz cantante, como Alemania, quieren hacer experimentos de psicología colectiva.

La economía, dicen, es una ciencia lúgubre. Lúgubre o no, hasta ahora se pensaba que no cabían ahí ensayos como el que se ha hecho en Chipre. Se toma una isla como laboratorio y como cobayas a un millón de habitantes y se les quita dinero previamente garantizado, a ver qué pasa. Caso de que no se hunda el mundo, los mercados no caigan en la histeria y no haya grandes estampidas, quién garantiza que el castigo no se les aplicará a otros hámsteres. De momento, a España e Italia ya les está saliendo cara la pequeñez de hacerle pagar al modesto ahorrador chipriota.

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