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Miguel del Pino

¿Hacia un año sin verano?

Las noticias que auguran un verano casi inexistente para este año carecen de base científica.

Pocas veces los meteorólogos, o la prensa que interpreta sus noticias, se han atrevido a ser tan categóricos: "Nos encaminamos al verano más frío desde hace casi un siglo". O, más sensacionalista aún: "Un año sin verano".

Es posible que estemos empezando a recoger los resultados de las exageraciones, inexactitudes o simples fábulas que han acompañado en muchos casos a las informaciones y comentarios sobre el llamado "cambio climático". Cuando se trata de aventurar respecto al comportamiento del tiempo a un plazo no demasiado corto, los profesionales suelen sentirse tentados a renunciar al método científico (hipótesis, experimentación y demostración), para lanzarse a aventurar predicciones de gran resonancia mediática, pero de muy limitada credibilidad.

Hemos dicho "del tiempo", y conviene recordar la diferencia entre este concepto y el de "clima": tiempo se refiere al estado de la atmósfera en un determinado punto de la tierra en un plazo corto, mientras clima es el estado medio de dicha capa considerando un plazo muy superior, como mínimo a lo largo de un año.

Climatología es la Ciencia que estudia el clima, de manera que cuando escuchamos que "la climatología está en contra del desarrollo de tal o cual evento deportivo", nos estamos complicando innecesariamente la vida. Sería mucho más sencillo, y a la vez exacto, afirmar que "hoy hace mal tiempo" para el mismo.

Retomemos las noticias que auguran un verano casi inexistente para este complicado 2013. Proceden de medios divulgativos franceses que, desde luego, han alcanzado un importantísimo impacto en el público. El problema es que carecen de base científica, al fundarse, como la mayor parte de tales predicciones a plazo medio y largo, en modelos informáticos, es decir, en ordenadores, o si se quiere, superordenadores. En todo caso, sólo son suposiciones que están muy lejanas de la certeza y que no pueden llegar a abarcar toda la complejísima dinámica de nuestra atmósfera, dinámica que puede llegar a alcanzar proporciones caóticas en determinados momentos y circunstancias.

Compleja multitud de factores

Geólogos y meteorólogos han logrado comprender bastante la dinámica atmosférica. Todo se basa en las diferencias de calor que recibe nuestra capa gaseosa en las distintas latitudes y alturas, y en la necesidad de que las masas atmosféricas se muevan para tratar de igualarla. La gran máquina de vapor de agua es el principal mecanismo de transporte del calor. Las masas de aire caliente y frío tienen diferentes pesos, lo que genera movimientos, tanto verticales como horizontales. Con esto en la cabeza, estamos a punto de llegar a las claves de la formación de pasillos de tornados o de ciclos de tormentas y huracanes.

Pero el tema se complica todavía más si consideramos otros factores, como la fuerza de desviación que sufre nuestra atmósfera, y no sólo ella sino también las masas de agua, en función de la rotación de la Tierra. Esto da lugar al llamado Efecto de Coriolis, de notable importancia en los fenómenos dinámicos de la atmósfera y de la hidrosfera.

Las masas oceánicas y la atmósfera están interconectadas a través del intercambio de calor entre ambas, pero no hay que despreciar el contacto entre las capas de aguas profundas de los océanos, donde pueden recibir el calor de las erupciones volcánicas submarinas. Fenómenos tan conocidos como el llamado del Niño, por aparecer en las costas sudamericanas en coincidencia con la Navidad Austral, están muy relacionadas con este contacto entre rocas abisales y capas de agua profunda. Si imaginamos una columna con el fondo marino como base, la masa oceaánica en el centro y la atmósfera en la parte superior, estaremos más cerca de la comprensión global del fenómeno del clima, de sus cambios y de la dificultad de la predicción de los mismos.

Pero la capa de contacto entre los océanos y la atmósfera tiene especial importancia, sobre todo en la formación de los vientos. La superficie oceánica esta recorrida por las corrientes marinas, verdaderos cursos de diferente temperatura o salinidad que corren de manera tan regular como los ríos sobre la tierra sólida. Éste es el origen de la formación de remolinos de aire que circulan en dirección contraria en cada hemisferio y que chocan con corrientes que relacionan los polos con el ecuador chocando contra los mismos. ¿Verdad que el modelo va resultando suficientemente complicado?

¿Caos o ciencia exacta?

No hablemos totalmente de caos, por sí de demasiados factores complejos como para que el más perfecto ordenador corra peligro de "desordenarse" o dicho más formalmente, de ser incapaz de predecir con exactitud lo que va a pasar en un lugar de la tierra con plazo superior a quince días. No hablamos, claro está, de los grandes fenómenos que se producen con cierta regularidad, como las temporadas de huracanes. Los tornados, aunque son en cierto modo previsibles, suelen desordenar su previsibilidad, siempre con consecuencias catastróficas.

En resumen y retomando nuestro argumento inicial: ¿cómo nos hemos atrevido a aceptar como rigurosamente ciertos los modelos de ordenador que simulan el comportamiento del clima a plazo medio y largo, para no tolerar la más mínima objeción sobre el cambio climático? Como se atrevió a escribir el valiente y documentado periodista científico Jorge Alcalde, esta aceptación casi supersticiosa ha supuesto el abandono del método científico, lo que resulta verdaderamente grave, especialmente cuando se manejan ingentes sumas de dinero en la supuesta corrección del fenómeno, y cuando los apóstoles del clima, encabezados por el desprestigiado Al Gore han recorrido medio mundo vendiendo sus teorías y los productos a ellas asociados.

En las predicciones periodísticas como las que motivan las reflexiones sobre "2013 y su frío verano", no llegamos tan lejos, pero seguimos el camino sensacionalista que se inició con los augurios sobre un planeta que se calentaba sin solución a causa de la acción del hombre. Es curioso recordar que en la década de los noventa se anunciaban catástrofes parecidas, esta vez por el enfriamiento global que parecía amenazarnos.

Seamos sensatos. La atmósfera comprende células de convección, corrientes de aire regulares, frentes, es decir, superficies de contacto entre masas de aire de diferentes temperaturas, líneas imaginarias que unen los puntos de igual presión, llamadas isobaras, ciclones y anticiclones, según el sentido de rotación de los vientos: todo ello perfectamente conocidos por los meteorólogos, que pueden seguir el comportamiento de estos factores en función de las maravillosas redes de satélites meteorológicos que sirven los datos en que se basan sus previsiones, pero recordemos: sólo a corto plazo.

Por añadidura, ¿qué memoria poseemos sobre lo que ha acontecido con anterioridad a ese máximo de doscientos años en los que ha quedado registro histórico de datos? En este sentido, viene a ayudarnos el mundo vegetal: en los anillos de crecimiento de los gigantes arbóreos queda impreso el mayor o menor desarrollo que corresponde a años de buen o mal tiempo. Asi podemos aumentar nuestra capacidad de registro hasta al menos dos mil años. Una apasionante labor de detectives del tiempo con descubrimientos que pueden resultar sensacionales.

Julio César, en los altares

Citemos como prueba un ejemplo: el profesor Francisco Anguita se refiere en este sentido a los años de pésimas cosechas que siguieron al asesinato de Julio César. Los anillos de crecimiento de los árboles dan fe de un periodo de varios años excepcionalmente fríos: casi comparable a ese temido "invierno nuclear" que algunos predicen si la humanidad se priva de sus mecanismos de inhibición de la guerra. En la Roma clásica ese tiempo durísimo y atroz para la agricultura se relacionó con la indignación de los dioses por el magnicidio y el miedo estuvo a punto de elevar a Julio César a los politeístas altares del Imperio. ¿La explicación real?: es muy posible que la Tierra chocara con un pequeño cometa que habría provocado ese cambio climático, algo comparable, si bien en miniatura, al gran impacto que provocó la extinción de los Dinosaurios hace 65 millones de años.

En definitiva, no es exagerado comparar la dinámica de la atmósfera, y en consecuencia la predicción de tiempo a largo plazo, en un verdadero rompecabezas. A corto plazo, y a pesar de la inestimable ayuda de los sistemas de satélites artificiales y de la trigonometría esférica con que se procesan sus datos, la complicación de los fenómenos justifica que nos llene de admiración la eficacia con la que actúan y se manifiestan los actuales meteorólogos y los llamados "hombres y mujeres del tiempo".

Miguel del Pino es biólogo y catedrático de Ciencias Naturales

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