En Estrasburgo harán derecho o jurisprudencia, historia de las naciones, pero lo que no van a hacer de ninguna manera es justicia. La que necesita el pueblo español y sus víctimas. Las de la banda de asesinos que matan por la espalda a gente desarmada, a ancianos y niños. Pero también las víctimas de los delincuentes sin remedio, puramente comunes, como los depredadores sexuales o los asesinos en serie. En Estrasburgo van a acabar con la Doctrina Parot, que era el parche Sor Virginia de las víctimas, el bálsamo de Fierabrás, el soplamocos de los traviesos, que ponía remedio a una legislación garantista que impide descansar en paz a los asesinados. Una legislación obsoleta, trasnochada, inservible, que recuperó parte de su vieja eficacia gracias a una virulenta infección del tracto mingitorio: la parotitis.
La Doctrina Parot fue fruto de un ataque de lucidez del Tribunal Supremo, lo cual no es frecuente porque por ejemplo no hay ni un destello para impedir que los más malos de los delincuentes salgan libremente, cuando se acabe el tiempo vicario de la Parot.
A alguien, en el Supremo, se le ocurrió que no era justo que al culpable de un solo asesinato se le tratara igual que a otro que había cometido dos o más. No es lo mismo el que mata una vez que el que mata veinte; no es lo mismo. Y con esta verdad de arriero, de palanganero de orquesta, del porquero de Agamenón, se puso en marcha la tintura de yodo de todas reparaciones. Que el sanguinario Henri Parot había matado a veinte, pues que se le aplicara su propia medicina. El remedio consiste en contar las condenas una a una y no pasar a cumplir la siguiente hasta terminar la primera. Es decir: nunca más sumar una ruina a otra y reducir las dos a treinta años, para descontar de ahí el cumplimiento.
Con la Doctrina Parot hubo paño de lágrimas, suspensión de alarma social, tranquilidad en los barrios y… el espejismo de un falso acierto de la justicia. Pero la Parot no era una solución destinada para acabar con el asesinato 2x1, sino únicamente un pañuelo de hierbas, una tortilla de aspirinas, un mantente mientras cobro, a la vez que la rueda de la improvisación llegaba a Estrasburgo, donde antes o después tendría que llegar. Decir que la Doctrina Parot es una buena ley es sacarla de sus casillas. La Parot es un tripi para los que tienen hambre y sed de justicia, un trankimazín, un anabolizante, un ibuprofeno para una noche de niebla. Pero se convierte en una tela de araña, un pañuelo de seda, el chisporroteo de una cerilla encendida cuando se buscan argumentos jurídicos. Nada que lleve el nombre de Henri Parot merecería durar para siempre.
Decir "Ya te lo decía yo" sobra. El asesino de las niñas de Alcácer va a estar pronto a la luna de Valencia y el asesino de Villarrobledo, autor de tres crímenes en serie, que no puede controlar el vicio de matar, volverá a lo suyo. Pedro Luis Gallego, el Violador del Ascensor, que mató a Leticia Lebrato y a Marta Obregón, tendrá de nuevo la opción de su oficio de mecánico de ascensores, encastillado en su crueldad. E irá a la calle el Violador del Portal, al que le gustaba abusar de las chicas de dos en dos; o el Violador del Estilete, que las pinchaba o les daba un puñetazo. También saldrá Villalón, el cliente vip, el asesino de transexuales que dio muerte y descuartizó a su amante. Todos estaban sujetos por la parotitis y ahora se han curado como de las anginas. Ahora quienes sufren el horror Parot son de nuevo las víctimas, las gentes sencillas que piden seguridad, protección para sus hijos, el pueblo de España al que no defienden sus leyes, ni las leyes de Europa.
¿Ha examinado el Tribunal de Estraburgo la situación de nuestro país? ¿Son conscientes del daño que hacen si abren las rejas, si suspenden la Parot? Es como si quitaran el último clavo que sujeta el lodo de un barrizal. No parece que eso les conmueva. Mas bien tienen asumido que entre tanto criminal reincidente siempre cabe la desgracia: una nueva violación, un nuevo triple crimen en serie, una nueva muerte. En el país cruzado por el patetismo trágico no queda humor para organizar un vuelo low cost, de esos para paletos con gallinas a bordo, que traslade a toda la tropa imposible de desasnar al centro de Estrasburgo, ¿me entiende, monsieur? Una vez allí, imbuidos de sus rutinas, se harían admirar por los respetables jueces, con el español al frente, que podrían disfrutar de las consecuencias de dictar resoluciones judiciales sin tener en cuenta la gente a la que afecta; o mejor: aquellos que reciben el daño. Una buena descarga de parotitos. Disparen ustedes primero, señores franceses.

