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Jonathan S. Tobin

¿Es Kerry el peor secretario de Estado de la historia?

Pese a que el título está muy disputado, John Kerry puede haber logrado convertirse en el peor secretario de Estado de la historia de Norteamérica.

Pese a que el título está muy disputado, John Kerry puede haber logrado convertirse en el peor secretario de Estado de la historia de Norteamérica.

Durante su primer mandato, el presidente Obama fue criticado por los conservadores por realizar lo que denominaron "viajes de disculpa", en los que siempre parecía encontrar algo en la historia de Norteamérica por lo que se consideraba obligado a pedir perdón. Para su sorpresa, ni las disculpas ni la magia de su personalidad y de su posición histórica pudieron ocultar el hecho de que se le daba mucho mejor ofender a los tradicionales aliados de Estados Unidos que ganar nuevos amigos. Pero con todo lo torpe que ha demostrado ser el presidente en cuestiones diplomáticas, ni siquiera esa experiencia había preparado al mundo para John Kerry: en menos de un año no sólo ha repetido ya esos mismos errores, sino que los ha superado. Actualmente se halla en otra de sus propias giras de disculpa, en la cual está intentando tranquilizar a los países árabes moderados asegurándoles que no les ha traicionado en su vana búsqueda de un acuerdo con Irán en la cuestión nuclear; el prestigio norteamericano y la confianza en la palabra de Washington están bajo mínimos.

Sólo en la última semana, Kerry ha agravado las tensiones entre israelíes y palestinos, que ya eran complicadas por culpa de sus ansias de un tratado de paz que nadie más creía posible. Ha apuñalado por la espalda a Israel y a los Estados árabes moderados al aceptar las condiciones de un endeble acuerdo nuclear con Irán, que seguramente habría dado lugar al colapso de las sanciones contra Teherán y habría puesto en marcha un proceso que habría posibilitado que la República Islámica alcanzara sus objetivos nucleares. Para colmo, corrió a Ginebra para firmar dicho acuerdo, sólo para verse abochornado ante la insistencia de los franceses –¡precisamente de ellos!– en que al menos se estableciera una mínima exigencia de responsabilidad por el acuerdo. Eso hizo saltar por los aires las conversaciones del P5+1 y dejó a Kerry tratando de explicar su actitud apaciguadora y su fracaso, al mismo tiempo que mentía, evidentemente, pretendiendo hacer creer que las condiciones de última hora habían sido idea suya y no del ministro de Exteriores francés, Laurent Fabius. Debe admitirse que es todo un logro haber hecho tanto por perjudicar los intereses estadounidenses en tan poco tiempo. Pese a que el título está muy disputado, John Kerry puede haber logrado convertirse en el peor secretario de Estado de la historia de Norteamérica.

Algunos observadores se preguntan si la decisión de Kerry de reconocer básicamente el derechode Irán a refinar uranio y su reticencia para incluir los planes nucleares iraníes con plutonio en el acuerdo propuesto no complicarán ese proceso de paz en Oriente Medio que tanto se ha esforzado en promover. Afirman que la decisión norteamericana de dar prioridad a la distensión con Irán frente a sus obligaciones para con sus aliados hará más difícil que israelíes y palestinos lleguen a un acuerdo. Pero quienes argumentan así malinterpretan la situación. Los israelíes, comprensiblemente, se sienten agraviados por un cambio en la política estadounidense que parece haber aceptado el programa nuclear iraní como un hecho consumado. Pero las conversaciones de paz ya eran un desastre antes de que Kerry ofendiera a israelíes y árabes moderados con su fallido intento de apaciguar a Irán. Es posible argumentar que una postura norteamericana enérgica respecto a Irán habría hecho que los israelíes se sintieran más cómodos al hacer más concesiones a los palestinos. Pero, antes incluso de que anunciara su traición con Irán, Kerry ya había soltado bilis contra los israelíes respecto al punto muerto de una forma en la que no disimuló su creencia de que ellos eran los únicos culpables del fracaso de su idea. Ha obligado a ambas partes a unas conversaciones obviamente condenadas a fracasar debido a la división existente entre los palestinos y a la evidente reticencia de éstos a aceptar un Estado en las generosas condiciones que ya han rechazado en tres ocasiones, pero Kerry no es capaz de aceptar el hecho de que su idea jamás tuvo ninguna posibilidad, y, así, prefiere culpar a Israel de sus propios errores.

El problema con el que nos encontramos aquí es doble.

En primer lugar, tenemos la exagerada consideración que Kerry tiene de sus propias habilidades diplomáticas. Nada más jurar el cargo, mandó a paseo la cautela y emprendió un camino que alguien más sensato habría visto que no era más que una repetición de los errores del pasado. Hombres mejores y diplomáticos más hábiles que Kerry han fracasado en circunstancias que eran más propicias que las actuales, con Hamás gobernando en Gaza y un débil y temeroso Fatah que consigue mantenerse en la Margen Occidental tan sólo gracias a la ayuda de Israel. Pero laarrogancia de Kerry es tal que parece verdaderamente estupefacto por el aparente fracaso de su iniciativa, y ahora arremete violentamente y llega a amenazar a Israel con más violencia por parte de los palestinos si el primer ministro Netanyahu no se pliega a su voluntad.

El fallo en él se acentúa con otro defecto que resulta fatal en un diplomático: su evidente ansia por llegar a un acuerdo. Los iraníes le calaron perfectamente, y descubrieron que era posible hacer que Occidente se acercara mucho más a su postura en lo relacionado con el enriquecimiento de uranio sin que ellos tuvieran que retroceder un milímetro. Si los enviados de Teherán rechazaron acceder a las razonables inquietudes francesas fue porque creen que Kerry y el presidente Obama acabarán cediendo a sus exigencias del mismo modo que cedieron en su anterior postura de que las sanciones no se reducirían.

Todo esto ya era lo suficientemente grave, pero la torpeza con la que Kerry ha ido dando tumbos por Oriente Medio, haciendo enemigos, parece aún más ridícula tras sus patéticas explicaciones post Ginebra. Que hiciera todo esto apenas unos meses después de presidir la desastrosa retirada de la Administración en la cuestión siria y del colapso de su influencia en Egipto hace que el poco tiempo que lleva ocupando el puesto sea uno de los más desastrosos de la historia moderna de Norteamérica.

El comportamiento de Kerry debe haber hecho incluso que la Casa Blanca empiece a reconsiderar la decisión de darle libertad para llevar adelante sus planes. Pese a que los logros de su antecesora, Hillary Clinton, en los cuatro años que ocupó el cargo fueron escasos (aparte, claro está, de acumular un montón de millas aéreas), por comparación, ella empieza a parecer un coloso de la política exterior. La única duda ahora es si, en algún momento, el presidenteObama actuará y le echará el freno antes de que cause a su segundo mandato –ya de por sí muy problemático– un daño que perjudique no sólo la posición de Estados Unidos en el mundo sino a la propia Administración en el plano doméstico.

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