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Guillermo Dupuy

El error 'juancarlista' de Don Felipe

Don Felipe, como el Rey tantas otras veces antes, ha ignorado que “no se debe intentar contentar a los que no se van a contentar”.

¿Se imaginan cómo hubiera respondido la reina de Inglaterra ante un activista del independentismo que se hubiera negado a estrecharle la mano? Seguramente se hubiera limitado a pasar de largo con una media sonrisa más que suficiente para transmitir elegantemente al gañán todo su real desprecio. Es lo mismo que el Príncipe de Asturias estuvo a punto de hacer el otro día con el empresario catalán que le negó el saludo, si no fuera porque torpe y rápidamente volvió sobre sus pasos para encadenar error tras error, que devolvieron el ánimo al maleducado y la sonrisa a sus cómplices institucionales.

Quien ha de ceñir algún día la Corona falta a su deber al insistir en estrechar la mano de un separatista que se la niega, calificarle de "amigo", darle una palmadita en el hombro y mostrarse ajeno a una legislación que proscribe referéndums destinados a fracturar la unidad y permanencia de la Nación que precisamente la Corona simboliza. Para mí que el Príncipe incurrió en un error típicamente juancarlista –valga la expresión–, consistente en la falta de firmeza y de distanciamiento ante quienes abiertamente se posicionan en contra de la unidad de la nación, sin la cual la Corona se asienta en el vacío. Y es que Don Juan Carlos se ha caracterizado en demasiadas ocasiones por un compadreo, por unas muestras de cordialidad y afectuosidad hacia los nacionalistas que, lejos de moderarlos, ha contribuido a envalentonarlos, a acrecentar su deslealtad e incluso a inducirles a pensar que la Corona puede favorecerlos en sus pretensiones de ruptura.

El principal error de Don Juan Carlos ha sido desdeñar la frialdad, el distanciamiento y la firmeza como medio de llevar a cabo la función de "arbitraje y moderación" que constitucionalmente la Corona tiene encomendada. Ante quienes abiertamente cuestionan la nación y el ordenamiento jurídico que la articula como Estado de Derecho no cabe otra actitud destinada a moderarlos. Don Felipe, como el Rey tantas otras veces antes, ha ignorado la celebre máxima de Julián Marías, que advertía de que "no se debe intentar contentar a los que no se van a contentar".

No pretendo exigir a la Corona labores ejecutivas, ni hacerle recaer responsabilidades que atañen al Gobierno y a otras mediocres élites políticas y mediáticas que no están a la altura de sus deberes. Pero si la Historia y la Constitución confieren al Rey una auctoritas, que el historiador Mommsen definió como "algo más que un ruego pero menos que una orden", esta debe ejercerse en coherencia y defensa de esa "unidad y permanencia" de la nación que la Corona simboliza y no para aupar y prestigiar a quienes abiertamente la quieren destrozar.

Soy de los que piensan, en definitiva, que el Rey y el Príncipe deberían visitar más, muchísimo más, Cataluña y el País Vasco; pero no para estrechar lazos con su nacionalismo oficial, menos aun para humillarse y humillarnos ante él, sino para fortalecer aquellos reductos de la sociedad civil que lo padecen y lo resisten en aquellas partes de España. Si nuestra Familia Real quiere dar muestras de campechanía y amistad, que se la reserve para los leales a España y a los que todavía ven en ella la garantía y el ámbito de su libertad.

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