François Hollande tiene un nuevo escudero. La derrota en las elecciones del pasado 30 de marzo ha obligado al presidente a tomar una drástica decisión. El cambio de primer ministro, práctica relativamente común en los primeros años de la V República, se había ido haciendo cada vez más inusual. Desde la reforma constitucional del año 2000, el papel del primer ministro ha sido cada vez menos preeminente. Esta reforma impide, de facto, la posibilidad de una cohabitación y convierte al primer ministro en un simple ejecutor de las órdenes del presidente. Así, Sarkozy sólo contó con un primer ministro, el poco carismático François Fillon, durante sus 5 años en el Elíseo. La salida de Jean-Marc Ayrault es por tanto un acontecimiento político importante. Desde Alain Juppé en 1997, ningún primer ministro había pasado sólo dos años en el cargo. La dimisión de Ayrault está revestida, pues, de valor simbólico y escenifica la extrema debilidad de François Hollande. El nombramiento de un nuevo primer ministro, Manuel Valls, es una concesión de primer orden y una aceptación del rechazo de los franceses a la línea política seguida por los socialistas desde su llegada al poder en 2012. Esta precipitada decisión nos muestra hasta qué punto la derrota en las elecciones municipales ha marcado al socialismo francés.
Una humillación con efecto inmediato
Las elecciones municipales siempre han sido un acontecimiento político de primer orden en el país vecino. Para la nación que inventó el concepto moderno de municipio, y que cuenta aún hoy con más de 36.000, la elección del alcalde es un momento clave de la vida política. Los socialistas habían conseguido además en los últimos años la mayoría de los municipios franceses de más de 100.000 habitantes. Estas elecciones medían por tanto la resistencia del socialismo municipal frente a la impopularidad de Hollande. Por otro lado, las municipales también evaluaban la capacidad de implantación local del Frente Nacional. El partido euroescéptico aparecía recientemente en una encuesta como líder en intención de voto para las europeas de mayo. Sin embargo, el FN siempre había tenido problemas para trasladar sus éxitos nacionales a la política local, donde su mensaje era mucho menos atractivo. Además, las elecciones tenían lugar sólo dos años después de la victoria socialista de 2012 y aparecían como una reválida para la gestión del presidente. François Hollande contaba incluso con un as en la manga. En las últimas semanas su gran rival político y líder moral de la UMP, Nicolas Sarkozy, se había visto envuelto en varios escándalos políticos relacionados con la financiación ilegal de su partido.
Pese a esto, el centro-derecha arrasó en las elecciones municipales, mantuvo varias ciudades importantes, como Marsella y Burdeos, recuperó Toulouse y conquistó también bastiones socialistas como Limoges o Caen. Sólo París, donde se impuso la candidata de origen español Anne Hidalgo, y Lyon resistieron a la llamada ola azul. Gran parte de esta victoria es atribuible a la capacidad de la UMP para extender su área de influencia al centro del espectro político. Los dos partidos de centro, el Modem y la UDI, que facilitaron la victoria de Hollande en las presidenciales, han hecho en este caso frente común con la derecha. François Bayrou, líder del centrismo francés, que apoyó a Hollande en la segunda vuelta de los comicios presidenciales, obtuvo esta vez la victoria en Pau aliado con la derecha. Los socialistas se encontraron aislados en una pinza entre una derecha amplia y una izquierda radical ofendida por la política socio-liberal del presidente. Pese a la ausencia de un líder claro, el centroderecha sale por tanto reforzado de estas elecciones y se postula como principal candidato a la victoria en las europeas de mayo.
Por su parte, el Frente Nacional y sus aliados consiguieron 11 alcaldías, algunas de ellas en ciudades de más de 50.000 habitantes, como Fréjus o Béziers. Sin embargo, fracasó en la segunda vuelta en Perpiñán, donde Louis Alliot, compañero sentimental de Marine Le Pen, obtuvo el 45% de los votos. Además, Philippot, número dos del partido, sufrió una dura derrota, al conseguir sólo el 35% de los votos en Forbach. El triunfo en las municipales del Frente Nacional se debe por tanto relativizar. Sus resultados son similares a los obtenidos en las elecciones de 1995 y aspiraba en esta ocasión a obtener la victoria en una veintena de municipios. Sin embargo, sus resultados sí dejan prever un muy buen resultado para el partido en las europeas. El Frente Nacional ha conseguido obtener un respaldo muy fuerte en zonas deprimidas y en el sureste de Francia, donde aspira a desbancar a los socialistas como principal fuerza de oposición a la derecha.
François Hollande tampoco ha contado con un apoyo sin fisuras de sus aliados ecologistas, que le han dejado aislado en algunos municipios e incluso le han arrebatado la alcaldía de Grenoble.
El cambio de primer ministro busca dar un nuevo impulso a una presidencia marcada hasta ahora por la apatía y la falta de dinamismo.
Un gobierno 'de acción'
El antiguo ministro de Interior asume el cargo en una coyuntura especialmente complicada para el partido socialista francés. El barcelonés será el encargado de acompañar a Hollande en su particular viaje al centro. Valls es una de las personalidades políticas preferidas por los franceses y su mano dura en las expulsiones de gitanos rumanos ha sido alabada por sectores de la derecha. Con el nombramiento de este seguidor confeso de Tony Blair, Hollande busca recuperar el apoyo de votantes de centro-izquierda.
Sin embargo, esta sensación debe relativizarse. El acceso de Valls al poder se acompaña del nombramiento de Arnaud Montebourg, dirigente del ala izquierda del partido, como ministro de Economía. Pese a sus diferencias ideológicas, Montebourg y Valls tienen mucho en común. Ambos son jóvenes, carismáticos y tremendamente ambiciosos. Hollande ha buscado abarcar a todas la familias del partido contando con figuras influyentes e incluso recuperando para la causa a Ségolène Royal, su antigua pareja sentimental. El nuevo gobierno no pecará por tanto de inmovilismo -algo que se criticó mucho a Jean-Marc Ayrault-, aunque en esta ocasión no contará con el apoyo de los verdes, descontentos con el nuevo rol de Valls.
La situación de François Hollande es por tanto complicada. Las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina y su partido está el tercero en intención de voto, tras la UMP y el Frente Nacional. En un contexto de crisis, el presidente debe volver a movilizar a los votantes de izquierda, descontentos con su política, y tratar de conseguir apoyos entre los centristas. Sin embargo, es poco probable que Hollande consiga sus objetivos. Muy posiblemente la abstención, que alcanzó casi el 40% en las elecciones municipales, progresará aún más en los próximos comicios en detrimento de su partido.
