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Pablo Planas

El proceso separatista acaba con el socialismo catalán

Adiós al PSC-PSOE, a aquel partido que ganaba generales y perdía autonómicas, al partido del cinturón rojo que plantó cara a Pujol

Pere Navarro es la última víctima de la ruleta rusa del PSOE y del proceso separatista. Desde que Rubalcaba anunciara su dimisión tras las elecciones europeas del 25 de mayo hay que esperar hasta última hora para cerrar el parte de bajas del día. Y no sólo en las filas socialistas, aunque el congreso organizado por Rubalcaba es una invitación a salir corriendo y sólo se animan a tomar las riendas del partido quienes no tienen nada que perder, como Eduardo Madina, Patxi López o Pedro Sánchez. Susana Diaz tardó algo más de lo previsto en comprender que la alfombra roja tendida por Rubalcaba servía para tapar las arenas movedizas, pero finalmente ha advertido el peligro.

En el caso de la dimisión de Navarro concurre además la circunstancia catalana, la guerra sin cuartel que le declaró y ha ganado el sector nacionalista de su partido, impulsado por ERC y tan ampliamente representado en las covachuelas orgánicas como escaso entre el grueso de la militancia. Navarro les ha durado un par de asaltos, no ha resistido la lectura en clave "derecho a decidir" de los comicios en Cataluña. Su renuncia aboca al partido hacia el bloque separatista; es un punto a favor de Junqueras, que suma la cabeza de Navarro a la de Duran mientras pilota imperturbable el proceso como si Mas fuera un mando a distancia.

Para el socialismo catalán, es el final de la historia. No hay más, igual que ocurrió con el PSUC. Adiós al PSC-PSOE, a aquel partido que ganaba generales y perdía autonómicas, al partido del cinturón rojo que plantó cara a Pujol y adiós al que se convirtió en una mala copia de CiU durante el tripartito. Su final amplia el campo de actuación de Ciutadans y supone una oportunidad única para el partido de Rivera, pero es, en general, una mala noticia para quienes se oponen a Mas, así como una pérdida casi imposible de asumir para el PSOE, que se queda sin partido en Cataluña.

Tal como han dejado el listón los últimos dimisionarios y renuentes, el presidente de la Generalidad debería ser el próximo en caer y ya estaría tardando. Como se recordará, CiU no sólo perdió las elecciones, sino que precipitó el triunfo de ERC, algo que no se veía desde los tiempos de la Segunda República. Sin embargo, Mas sale cada vez más reforzado de sus derrotas, fenómeno atribuido también a los efectos del proceso. En cambio y desde la perspectiva de Junqueras, Mas es un personaje de Walking Dead con fecha de caducidad el 9 de noviembre, fecha prevista para el referéndum separatista.

En la contraparte, la situación del PSOE, quebrado entre "republicanos" y "pragmáticos", no anima a pensar que se mantenga al lado del PP en el rechazo a los planes independentistas. Si el PSC ha caído en manos de los partidarios de subirse al tren de Mas y Junqueras, Madina no es precisamente una garantía en materia de patriotismo constitucional. Su credibilidad en eso es, más o menos, la de Pablo Iglesias, por lo que toda la responsabilidad recae en el Gobierno del PP en solitario.

Se espera mucho de la proclamación de Felipe VI, como si estuviéramos a las puertas de una gran catarsis política e incluso económica, pero no consta que entre las funciones reales esté la mediación política y que el problema catalán se vaya a diluir a la vuelta de un verano sin vacaciones. Ni que los empresarios catalanes hayan logrado el más mínimo avance en lo de convencer a Mas para que entre en razón. El expediente catalán es para Rajoy, que ya puede ir despidiéndose del apoyo del PSOE para adoptar las medidas que inevitablemente va a tener que tomar en relación a Cataluña.

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