Ahora que he regresado algo más relajada de mis merecidas vacaciones estivales, a pesar de haber vivido uno de los meses de agosto más internacional y mediáticamente dramáticos desde que tengo uso de razón, les confesaré algo.
Cuando era jovencita y asistía todavía a las Escuelas Pías de Barcelona, mi visión solía ser más conservadora que la de la mayoría de mis amigas. Y fui entendiendo, con el paso del tiempo, las razones más lógicas que me habrían podido conducir a ello.
De hecho, jamás viví en mi casa ninguna imposición ni autoritarismo clásico al uso, más allá de un orden establecido y de unas reglas básicas que debían seguirse. Pero, debido también a las profesiones de mis padres y a la cantidad de personas de la más diversa condición e ideología que circulaban por nuestras vidas, observé siempre una apertura mental de lo más estimulante. Pero la hija, en definitiva y de un modo general, era más conservadora que lo que lo habían sido sus padres.
Sé que alguno de ustedes se estará preguntando a qué viene esta introducción tan personal e intimista –que espero me disculpen–, pero no he podido evitar acordarme de ello al hilo del estudio que esta semana ha publicado el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción –FAD– y del que hemos podido saber que nuestros jóvenes son ahora, según parece, algo más conservadores que la generación anterior.
Ya me despedí en la columna anterior apuntando que todo era cíclico y ya ven, volvemos a ello en la reentré.
Con una muestra de más de 1.000 entrevistas a jóvenes de entre 15 y 25 años y residentes en más de ochenta puntos del territorio nacional, llegamos a una serie de conclusiones francamente curiosas.
No deja de llamar la atención una casilla tan sencilla como alentadora, la de "hacer cosas para mejorar el barrio o la comunidad", cuyo porcentaje va en aumento. Y eso, queridos amigos, lo interpreto con cierta expectación. Porque sí. Porque nos aproxima, lentamente, a la civilización.
Me comenta un querido amigo que lo que se desprende de esta muestra puede que indique que los adolescentes y jóvenes españoles de ahora son simplemente diferentes, ni más ni menos liberales. Ni más ni menos socialdemócratas. Ni que se hayan entregado a un renovado conservadurismo. Puede que así sea.
Quizás andamos por la vida con escrupuloso tacto, manteniendo no sólo a raya, sino rozando el extremo casi surrealista de lo políticamente correcto y aparecen los hijos para espetar que desean una sociedad más segura, que el delincuente cumpla su pena de manera contundente, al tiempo que demandan un respeto hacia lo que cada uno haga en su casa pero advierten que van a permanecer alerta y vigilantes con el comportamiento en la vida pública cuando se maneje un presupuesto ajeno.
Ha sorprendido que haya aumentado la aprobación de la pena de muerte para delitos muy graves –casi un 44% la considera admisible- y en general, son todos más receptivos con la adopción de hijos de parejas de homosexuales o el aborto. Así, a bote pronto, tiene cierta lógica.
Nos movemos por la vida en no pocas ocasiones por acción-reacción. Y supongo que, además de lo obviamente cíclico, algo tendrá que ver el reaccionar de una manera más severa que antes ante según qué comportamientos. Y no es más que la percepción de que, probablemente, en algunos ámbitos, hayamos sido demasiados tibios.
Pero lo que más me gusta de esta muestra es la aparente capacidad que manifiestan de discernir lo que supone un comportamiento que se circunscribe más al ámbito público del que pertenece más a la esfera privada. Y eso, aunque nos aleje de la mentalidad más puramente anglosajona, demuestra –perdón por la simpleza- una saludable sensatez.
No he leído en los medios algo que me ha parecido francamente llamativo y en cierto modo, esperanzador. En el apartado denominado "Valores finalistas" destaca en primer lugar el deseo de tener personas en las que poder confiar, junto con tener éxito en el trabajo y disfrutar de unas buenas relaciones familiares.
Pero, de la manera más rotunda, prefieren gozar de una vida sexual plenamente satisfactoria a interesarse por cuestiones políticas.
Y aquí sí me temo que, a cuatro demoledores puntos de distancia, sí hay una ardua tarea por delante.

