Quizá costaba imaginar un escenario como el que vimos anoche en Madrid, pero Vincent Collet planteó un escenario perfecto para sus intereses. Su defensa de los bloqueos directos de España fue sencillamente magistral, alargando permanente dicha jugada y consiguiendo así que los pívots españoles jugaran la mayor parte del partido muy lejos del aro, y con mucha incomodidad.
Marc Gasol, por ejemplo, nunca tuvo cómodos lanzamientos, y su clásico tiro desde el poste alto casi siempre fue desequilibrado, en situaciones incómodas, algo que fue mérito sin duda de la gran defensa francesa. Algo similar ocurrió con Serge Ibaka, que la mayor parte del partido estuvo lejos del aro francés, disminuyendo por tanto sus posibilidades de hacer daño con todo su potencial físico.
Por otra parte, a estos niveles de elite, vencer con un 9% de acierto en el triple es muy complicado. El 2/22 de España anoche fue crucial. Ese porcentaje indica, de nuevo, que la mayoría de lanzamientos desde el perímetro español fueron desequilibrados, en posiciones nada habituales, de nuevo mérito de la defensa de Francia.
Creo firmemente que no es el momento de buscar culpables, pero está claro que España anoche pecó de no tener alternativa. Quizá acusó el buen juego y las victorias cómodas de la preparación e incluso la fase de grupos en Granada, pero por cualquiera es sabido que el juego de un equipo debe evolucionar durante un torneo como éste, y no ha sido el caso de España. Cuando no pudo correr, no tuvo un plan B para afrontar los problemas.
Una pena, sin duda, la derrota de España, por el palo moral que supone para el baloncesto en el país. Pero también hay que sacar las cosas que pueden ser positivas para el futuro, como la lección que nos dio Francia: ni se gana con el nombre o la camiseta ni los campeonatos se ganan al principio de los mismos, sino al final.