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David Jiménez Torres

Podemos: lo llaman democracia y no lo es (2)

Lo que proponen no es democracia: es eficacia. Es reemplazar a una élite por otra. Por la suya.

Aquí hay dos paradojas que vale la pena resaltar. La primera es que Podemos y Cía incurren en uno de los aspectos del discurso supuestamente neoliberal que ellos más critican: en medir a las personas (y, en consecuencia, a la sociedad y a la política) en base a su perfil económico. Porque si las unidades en las que se divide la democracia son la mayoría socioeconómica (medida en sus ingresos: el famoso 99%, aunque luego sea 83%, o 68%) y la minoría socioeconómica (1%, 5%, 6,83%, lo que sea), estamos midiendo a la gente solamente en base a lo que gana y no a lo que cree, piensa, opina, vislumbra, advierte o adivina en la maraña vaporosa que es la vida.

De nuevo, no estaría mal algo de coherencia: si está mal que el neoliberalismo considere a las personas solo como individuos portadores de intereses económicos que les van a abocar siempre a la competición con el vecino, entonces también estará mal que el podemismo considere a las personas sólo como miembros de grupos portadores de intereses económicos que les van a abocar siempre a la competición con otro grupo… también vecino. En ambos discursos la existencia social se entiende únicamente como competición económica, sólo que en uno se compite contra el vecino del tercero (que puede resultar ser un directivo del Santander) y en el otro se compite contra un directivo del Santander (que puede resultar ser el vecino del tercero).

La otra paradoja, o más bien ironía, es que si la palabra democracia tiene tanto gancho entre los españoles no es por la crisis global del capitalismo, ni por las decisiones que haya tomado la señora Merkel, ni por la falta de vergüenza de Rajoy aquel día que convocó a la prensa para hablar de Bárcenas, sólo para ponerles delante de un televisor de plasma mientras él hablaba en la habitación de al lado.

No, la sacralización de la palabra democracia es un resultado directo de la cultura política del régimen salido de la Transición; precisamente aquel régimen que Podemos y sus aledaños tanto critican. En esto, y como en tantas otras ocasiones a lo largo de la Historia, la corriente que se defiende como contraria al sistema es un producto directo de ese mismo sistema: los menores utilizan las palabras que los mayores les han enseñado.

Porque la palabra máxima de la Transición fue democracia: no iba a ser bienestar porque eso ya había llegado en los últimos quince años del franquismo, ni iba tampoco a ser justicia porque no se intentó ajustar cuentas (con un sentido común que hoy nos empeñamos en no apreciar, pero que si observáramos la derivación de la primavera árabe y viéramos lo jodidamente difícil que es pasar de un régimen autoritario a uno democrático, sin sangre y sin involuciones, igual empezaríamos a valorar en su justa medida). Así que se explicó a la ciudadanía que lo que tendría el nuevo régimen que no había tenido el antiguo sería democracia, y se procedió a sacralizar aquella palabra para que la ciudadanía interiorizara de forma automática e irracional su valor intrínseco.

Y eso está bien: la democracia es el sistema más justo de los que existen, y hay que concienciar a la gente de que es un bien precioso que hay que defender. Pero eso no quita que la democracia sea un mecanismo sumamente imperfecto, que no haya país en el que cada llamada a las urnas no esté previamente empantanada de chanchullos y de trampas. Y eso no es el mal funcionamiento de la democracia: eso, precisamente eso, es la democracia.

Esto es lo que parece que no se explicó a los españoles en su momento, y lo que ahora lleva a que muchos descubran el Mediterráneo de que, a veces, la democracia no redunda en que se tomen las mejores decisiones ni en beneficio de todos. Eso es lo que convierte el discurso de Podemos en un discurso tramposo: porque la panacea de todos nuestros males no es la democracia. Eso es, precisamente, lo que ha demostrado más allá de toda duda el régimen salido de la Transición. Y no estaría mal que precisamente los que estamos fuera de España y tenemos contacto directo con otras democracias le recordáramos esto a la gente, que ni existe ni ha existido jamás una democracia perfecta y que por eso el fetichismo del término democracia tiene algo de absurdo y bastante de oportunista.

Tampoco parece que se explicara a los españoles, o al menos no a algunos, que democracia no significa la existencia de una sociedad de ciudadanos puros que formen su opinión de forma absolutamente descontaminada. Lo cual viene al caso porque, como sabemos, una de las grandes quejas de los podemizados es que, en esta "democracia secuestrada" (expresión que, dicho sea de paso, sería más correcto reservar para describir regímenes como el de la Rusia de Putin), los electores acuden a las urnas influidos por los mensajes que les llegan de unos medios que estarían vendidos a la "casta". Así explican, por ejemplo, que la mayoría absoluta del PP no sea verdaderamente democrática.

Pero si el individuo es incapaz de formarse una opinión política más allá de la que le llegue de otro sitio, entonces lo que propone Podemos como democracia es sencillamente rodear al individuo de mecanismos de propaganda más eficaces que los que ahora utiliza la "casta". Según el análisis que hace Podemos del funcionamiento político del ser humano, Podemos sólo ganaría unas elecciones si los electores fueran a las urnas influidos por los mensajes que les llegasen desde los medios controlados por Podemos. Así que lo que proponen no es democracia: es eficacia. Es reemplazar a una élite por otra. Por la suya. Vale, es legítimo: en eso consiste el juego político. Pero que no lo llamen democracia, porque no lo es. Como tampoco es democracia esta glorificación del método asambleario que quieren vender como verdadera esencia de la democracia. Y no por una cuestión de eficacia, sino sencillamente porque una asamblea crea el mismo sistema de élites (o sea, de desigualdades) que tanto critican los podemizados en el juego partidista; solo que estas élites se deciden en función al magnetismo personal, la capacidad para la oratoria, las facultades para conectar con un auditorio o sencillamente la preexistencia de una base de apoyo personal e ideológico entre el público. Así que el método asambleario será una manifestación de la democracia, pero no es una manifestación particularmente virtuosa, ni mucho menos la mejor que existe.


Podemos: lo llaman democracia y no lo es (1).

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