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Carmelo Jordá

Humor, política y Twitter

Más vale que no os riáis tanto, chatos, que aquí vamos a seguir.

El concejal Guillermo Zapata y su compañero Pablo Soto han inaugurado la legislatura municipal con un escándalo en un espacio que cada vez es más importante para la política, Twitter, la reina de las redes sociales para lo relacionado con el periodismo y la comunicación.

Ya sabrán ustedes en qué ha consistido el asunto: una serie de tuits impresentables –algunos bastante antiguos, otros no tanto–, unas excusas patéticas sobre "el contexto", una semidimisión bastante ridícula y una alcaldesa que ha dejado claro que no sabe con quién se ha juntado.

Sin embargo, hay que reconocer que en su apelación al "contexto" Zapata tenía parte de razón, no la que él pensaba ni tampoco una que le exculpe, pero es cierto que el contexto en el que ha publicado sus tuits quizá haya tenido que ver con ellos. No, por supuesto, no me refiero a una presunta discusión sobre los límites del humor, sino a Twitter en sí mismo o, mejor dicho, al uso que de él hace una parte importantísima, por número y por influencia, de la izquierda.

Un uso en el que precisamente tiene mucho que ver el humor o lo que esta gente entiende por humor: una forma de agredir al adversario político, de evitar el debate vía ridiculización del oponente y, por supuesto, de poder transgredir cualquier límite amparándote en que "es humor".

Mezclar el humor con la política no es fácil y es peligroso. No es imposible, pero exige una situación especial que le dé sentido –luchar contra una dictadura, por ejemplo, o la censura– o una exquisita equidistancia, en la que el humorista sacuda por igual a diestra y a siniestra.

Pero si en lugar de eso el humor se convierte en un arma partidista estamos ante algo grave, porque suele ser un camino muy corto a la agresión personal e incluso a cierta deshumanización, se establece una línea entre los que se ríen y los monguers que no pillan las gracias.

Y eso es lo que ocurre actualmente en la tuitesfera española: entre enfurecidos, japutas y demás se ha colocado el nivel del debate en un punto en el que todo es risa y diversión, pero en el que precisamente con la excusa de la risa y la diversión se machaca a la gente y se machacan ciertos valores, porque por supuesto el humor siempre va en la misma dirección: no verán ni un chiste sobre feministas, podemitas o venezolanos, y sí miles sobre gente del PP, Ciudadanos o cualquier otro partido que no esté a la izquierda de la izquierda; los límites del humor sobre curas están ya más que explorados, pero les desafío a que encuentren una broma inocente sobre el islam; las víctimas del terrorismo tienen que mostrarse comprensivas y risueñas cuando se las insulta, pero las del franquismo son intocables… y así con todo.

La virulencia es tal que estoy convencido de que mucha gente se siente intimidada y acaba abandonando Twitter o asumiendo un perfil bajo que tiene el mismo efecto: dejarles a ellos cada vez más parte del terreno de juego y perder el debate de las ideas. Otros, por suerte o por desgracia, ya tenemos más conchas que un galápago, así que más vale que no os riáis tanto, chatos, que aquí vamos a seguir. Tiene guasa, ¿eh?

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