Se me va a permitir que, aunque sea momentáneamente, utilice una expresión acuñada en el mundo financiero, riesgo país, si bien tengo que manifestar que por su manipulación me resulta repugnante. Más repugnante todavía cuando se incluye, bajo denominación colectiva países, a la tierra que me vio nacer, a la que amo y de la que me siento parte. Me refiero, como bien puede suponerse, a la denominación de països catalans, incluyendo en ella, entre otros, a mi querida Valencia.
El Gobierno de la Generalidad catalana ha culminado, en vísperas de unas elecciones al Parlamento de aquella comunidad autónoma, uno de los milagros que se suponía inalcanzable al hacer humano. Ha conseguido que, sin ser país, aparezca en las referencias financieras valorado por su nivel de riesgo, como si de un país se tratara; ya sé que ellos dirán que sólo no son Estado, pero que abundan como nación y naturalmente, desde muchos lustros, se sienten país.
El mundo, sin embargo, no se anda con esas florituras lingüísticas y, simple y llanamente, distingue un territorio en función de los poderes de que es titular, o de la pertenencia o dependencia del mismo, respecto de un cuerpo político mayor, en cuyo seno reside el máximo poder de gobierno y de administración de la cosa común.
No se discutirá que el hecho de que antes de proclamarse República, no se si será Popular, Democrática, Independiente, etc. –de hecho me horroriza que la denominación República lleve apellido–, la deuda pública contraída por el Gobierno catalán cotice al alza en lo que los mercados consensúan con la denominación de riesgo país, es un acontecimiento, históricamente, digno de mención.
No pasemos por alto que el concepto, bien precisado por los mercados financieros, es el de riesgo; término éste que sólo es aplicable a hechos inciertos, tanto incertus an, es decir incertidumbre de si se producirán, como incertus quando o sea que, caso de producirse tampoco puede precisarse el momento en que se producirán, no influyendo demasiado el momento ni la situación presente y conocida.
Pues bien, con todas estas restricciones, que configuran un escenario sólo evaluable por las entidades aseguradoras, la prima de riesgo –riesgo de impago de la deuda catalana, debemos de entender– está creciendo y en pocos días la podríamos ver jugando en el mismo terreno de juego que hoy lo hace la deuda griega, también aquí por inseguridad de intenciones, probabilidades y, en definitiva, riesgos.
¿Son cuestiones menores, instrumentadas por agoreros enemigos de la nación catalana? Uno puede refugiarse donde más le convenga, pero yo no cerraría ojos y oídos a opiniones de quienes nada tienen que ganar o peder en esta cuestión. Cuestiones e informes que alertan también de organismos e instituciones del propio aparato del gobierno que impulsa la idea de proclamar la independencia.
Mientras el mundo trata de ampliar el campo común, hay quien se propone restringir el propio. Es lo erótico de navegar contra corriente.

