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Crimen coral

En la hermosa tierra de León se ha juzgado un crimen en el que participaron al menos siete personas y solo una ha sido absuelta.

En la hermosa tierra de León se ha juzgado un crimen en el que participaron al menos siete personas y solo una ha sido absuelta. Un crimen cometido a coro con implicados de distintos grados. Uno de ellos se ha salvado por la campana, aunque fue el encargado de deslocalizar las llamadas del autor material con un teléfono móvil, pero el jurado no lo entendió así, aunque el fiscal insista en ello. Fue un crimen a catorce manos.

Se trata de la muerte del boxeador Roberto Larralde, asesinato pasional pero que se convierte en drama con muchos personajes, dado que quienes encargan el crimen prefieren no ocuparse personalmente, por comodidad o cobardía. Así lo estima el jurado. Participan la hermosa viuda, el compañero sentimental, un asesor de coartadas, dos que vendieron el arma, el sicario ejecutor y un empleado del instigador que reconoce haber participado pero sin saber de qué iba la historia.

Roberto Larralde fue citado por su amigo Vega, colega de haber estado juntos en prisión, en un parque de Santa Olaja de la Ribera, próximo a León, donde le llevó inducido por quien ofrece precio por su cabeza. El ejecutor disparó al que había sido su hermano en el trullo, le golpeó hasta desfigurarlo para simular un ajuste de cuentas y enterró el cadáver. El cuerpo tardó en aparecer. Cuando estuve en León para la presentación de un libro sobre el asesinato político de Isabel Carrasco, los familiares de Larralde vinieron a contarme que estaban preocupados porque los asesinos eran poderosos y tenían miedo de que se escaparan. Pero la policía les tenía cercados.

La que concita los mayores odios es Miriam Caballero, la bella voluble, mujer inquieta, de gran personalidad, atractiva y seductora, hembra por la que pelean víctima e inductor, la exmujer de Roberto, quien estableció relaciones con el empresario maderero Julio López, que, harto de los continuos requerimientos del boxeador, que continuaba abducido por su ex, decidió eliminarlo. Aquí se armó el teatrillo de los colaboradores. Lo primero, según el jurado, es que buscó el asesoramiento del detective privado Froilán Álvarez, experto en coartadas en la jungla de los teléfonos móviles. Curioso tipo que se apunta a combatir el delito y acaba en brazos de los delincuentes. Lo siguiente fue encontrar al ejecutor material, José Ramón Vega, al que hubo que proporcionar el arma del crimen, a cargo de Adrián M. y Antonio G., y finalmente el empleado que estuvo haciendo llamadas para volver loca a la investigación, lo que no consiguió. El asesinato tuvo lugar poco antes de las once de la noche del 13 de septiembre de 2014, mientras el cerebro y la enamorada estaban aparentemente fuera de la trama. Pese al confuso reparto de papeles y la escasa profesionalidad de los implicados, la representación alcanzó su objetivo.

El móvil del asesinato, según el fiscal, fue que el boxeador se había con vertido en un "marido molesto", y por eso decidieron acabar con él, a cambio de una fuerte retribución económica; y así mantener su relación sin sobresaltos. El empresario, acostumbrado a despejar el terreno, lo organizó como un negocio: los favores de la dama a cambio de sangre derramada. El crimen fue de una ruindad miserable. Un hombre atraído a un lugar solitario por un supuesto amigo que le descarga un balazo en la cabeza y le machaca para ocultar el motivo pasional. La orquesta tiene siete instrumentos y sonaron todos a una; solo uno desafinado y no reconocido por los jueces legos. Los demás fueron declarados culpables y el tribunal les ha puesto fuertes condenas. La mayor, para Vega, el que disparó, 21 años; la bella, 17 años y siete meses; el amante prepotente, 18 años, y el detective burlador, 15. Los vendedores del arma han sido condenados a solo un año por el atenuante de la confesión. La representación ha terminado, aunque puede tener otro pase en el Supremo.

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