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Pablo Planas

¿Ilegalizar la CUP?

Como la CUP quiere provocar la aplicación del artículo 155 de la Constitución, Moncloa descarta la opción. Se decanta por engordar a la mafia del 3%.

Como la CUP quiere provocar la aplicación del artículo 155 de la Constitución, Moncloa descarta la opción. Se decanta por engordar a la mafia del 3%.
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Según las cábalas de Mas, Puigdemont, Nostradamus y Anna Gabriel, este lunes vencía el plazo de dieciocho meses para la proclamación de la república catalana. Los trabajos, como en las grandes obras de infraestructuras, van con retraso, de modo que el frente separatista se ha conformado con una performance de la Kristallnacht, pero a plena luz del día, en la sede del PP en Barcelona. Con las penúltimas modificaciones de la hoja de ruta, en el calendario de la CUP el 27 de marzo ha mutado de día después a primer día de la cuenta atrás de la fase unilateral preconstituyente. Y había que celebrarlo, qué coño. Según se mire, medio centenar de cachorros de la CUP al asalto de la sede de un partido es una chorrada en comparación con la proclamación de una república y la disolución de España. Sin duda.

Un grupo de chavales con unas camisetas violetas y el lema impreso "La organización es la llave de la victoria" lo mismo puede parecer una despedida de soltero que una concentración de comerciales de compropisoalcontado, pero eso supone confundir una serpiente con un gusano. Los Mozos de Escuadra impidieron la consumación del asalto tras un prudente retraso que permitió a las juventudes de la CUP encararse con el personal laboral del partido, proferir toda clase de amenazas, pintarrajear la fachada e improvisar un mitin para las cámaras. ¿Un lunes cualquiera del cívico, pacífico y festivo proceso? Sí, pero no.

Cuela que Romeva llame "falangistas" a todos y cada uno de los ciudadanos que fueron a la última manifestación contra el golpe de Estado en Cataluña y que el personal del PP, como el de Ciudadanos, esté acostumbrado a los escraches y el estigma social, pero no es precisamente normal que una formación parlamentaria recurra al matonismo callejero contra otra formación de la que sólo le separa metro y medio en el Parlament. Anna Gabriel, que junto a David Fernández, el amigo catalán de Otegui, dirigía el operativo, se sienta a la misma altura que García Albiol en el hemiciclo. A dos palmos de distancia, tan cerca que casi no necesitarían levantarse para darse la mano antes o después del momento sobaco, que seguro que Albiol también tiene sus cosas.

No hace falta llegar al contacto físico para tolerarse, entre otras razones porque el contacto físico puede ser escupir en la cara de una persona, romperle el tímpano con un insulto y propinarle uno de esos empujones tan molestos de todo forcejeo entre víctima y agresor. Y eso es lo que pasó ante la mirada de hierro de David Fernández, el que agarró del cuello a un segurata de una tienda de Telefónica, y Anna Gabriel, que nos cayó muy bien a algunos cuando se cepilló a Mas sin tocarle un pelo, pero que tampoco hace prisioneros entre los españolazos. A la vista está que no le hubiera importado un pijo que sus fans se colaran hasta donde García Albiol celebraba su primera reunión como flamante presidente del PP catalán y se liara la de las camisas pardas.

No parece muy plausible suponer que Anna Gabriel estuviera allí para proteger al colega diputado de las iras de sus patrióticas juventudes. Más bien se trataba de vigilar que los mozos (policías) no se pasaran ni un pelo en el operativo. ¿Que recuerda al totalitarismo...? Pues sí, qué le vamos a hacer. Tiene toda la pinta. Algún abogado del Estado se podría poner tiquismiquis y pretender la ilegalización de la CUP, más que nada por la alevosa actitud de la diputada autonómica, que dispone de las suficientes herramientas legales para llevar a cabo su pogromo sin incurrir en la violencia. Ah, ¿que no es violencia? Pues que se lo hagan a usted, señora. Que se plante en su sede una manada juvenil para llenarle la cara de bata con el aviso de que van a acabar con usted y todo lo que se supone que usted representa. Después nos lo cuenta.

El PP anuncia querella. Qué menos, pero la contención es la norma. Los nuevos convergentes están en contra de la violencia venga de donde venga y ERC apela al pragmatismo: chicos (y chicas primero), sed prácticos, el mal rollo no es buen karma para la causa. Como la CUP quiere provocar la aplicación del artículo 155 de la Constitución, Moncloa descarta la opción. Se decanta por engordar a la mafia del 3% con más inversiones en infraestructuras, terreno abonado al cultivo intensivo del intermediario.

En el PP, los halcones, sector ínfimo contrario a los palomos, blanden el pasado y recuerdan que cuando se ilegalizó Batasuna iba a arder Troya y no pasó nada. O sí, porque el PNV, la convergencia vasca, se codea hoy con el PP de Rajoy para enjuagar los presupuestos y tierra a los muertos.

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