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Enrique Navarro

El clima se deteriora en la Casa Blanca

En una generación, la pobreza en el mundo se ha reducido en más de un 15%.

En una generación, la pobreza en el mundo se ha reducido en más de un 15%.
Donald Trump | EFE

Esta semana en Asuntos Exteriores abordamos un tema que sin ser nuevo ha resurgido estos días con inusitada fuerza con la decisión del presidente Trump de abandonar el Acuerdo de París sobre el cambio climático que han firmado doscientos países, excepto Siria, Nicaragua, y ahora Estados Unidos al anunciar su retirada. Esta decisión tiene multitud de implicaciones. Podríamos analizar si realmente el cambio climático es una realidad o si por el contrario es una falacia inventada por unos "progres" que quieren dañar el progreso de la humanidad. Podríamos discutir ampliamente sobre cómo estamos agotando nuestros recursos a costa de nuestros nietos que tendrán que soportar nuestro sucio y endeudado legado. Podríamos analizar los efectos particulares del cambio climático como la crecida del nivel del mar, el efecto invernadero o cómo afectan las pruebas nucleares o el fracking al deterioro de nuestro planeta. Incluso podríamos dar rienda suelta a la imaginación Trumpiana que ve en las políticas medioambientales una oscura vía al socialismo y a la redistribución antinatural de la renta según la concepción del inquilino de la Casa Blanca.

En términos técnicos podemos discutir sobre la velocidad del cambio climático y de los efectos de la contaminación sobre los seres vivos en nuestro planeta, pero creo que todos somos conscientes de que estamos acumulando basura en nuestra pequeña casa que llamamos Tierra. Cada día unos ochos mil millones de personas y cientos de miles de industrias contaminamos un espacio que apenas tienes unos veinte kilómetros de altura. Lamentablemente el planeta no tiene un extractor de humos que envíe al universo toda nuestra contaminación de manera que vamos acumulando el germen de nuestra destrucción bajo y sobre nuestros pies. De hecho, el hombre es el único animal capaz de destruir su hábitat para sobrevivir personalmente a costa de la supervivencia de la especie, lo que debería ser un motivo de reflexión.

Sin embargo, quisiera centrarme en las consecuencias geoestratégicas que tienen tanto las políticas que niegan el cambio climático como la de aquéllos que son ardorosos defensores de la ecología por encima de cualesquiera otros valores o necesidades. Es decir, la manera en la que las distintas potencias y áreas geográficas abordan estas políticas relacionadas con el medio ambiente tiene y tendrá consecuencias sobre la seguridad y la paz mundial en las próximas décadas.

Decía Thomas Jefferson que nos ahorraríamos la mitad de las guerras de la historia si cada generación pagara sus propias deudas. Si no nos importa vivir hoy con los recursos que tendrán que generar nuestros nietos, por qué nos empeñamos además en ponerles las cosas más difíciles dañando su habilidad para generar recursos adicionales que financien los gastos extras de hoy en día. No nos engañemos, la preferencia por el presente de ciudadanos y políticos va arruinar nuestro futuro. Si los empleos de hoy son más importantes que los de mañana, entonces al menos deberíamos prohibir que los gobiernos se endeudaran hasta límites insospechados, porque de la combinación de ambos fenómenos extraemos la conclusión de que nunca se pagarán las deudas ya que estamos agotando los recursos que deberían usar las próximas generaciones para pagar nuestros excesos, y este reconocimiento nos retrotraerá más de un siglo en desarrollo económico y volveremos a ser mucho más contaminantes, una vez más pero con diez veces la población de la contaminante sociedad industrial del siglo XIX.

Si analizamos los grandes conflictos que sobreviven en África o en Oriente Medio, veremos que tienen mucho más que ver con el reparto del agua que con las religiones. La mayoría de los grandes cambios políticos, y en especial los más convulsos, estuvieron ligados a fenómenos climáticos. Sin la sequía en el campo ruso a comienzos del siglo XX no habría triunfado la Revolución Rusa ni habría tenido lugar, un siglo antes, la Revolución en Francia y así podríamos extendernos por toda la geografía mundial analizando numerosos casos similares. Pero más allá de los efectos que sobre nuestra vida tienen el clima y sus posibles variaciones debido a la mano del hombre, hemos de atender a otras cuestiones más prácticas que tienen unos efectos geoestratégicos de enorme magnitud.

El mundo ha asistido en las últimas décadas a un crecimiento económico y social como nunca antes y eso sólo ha sido posible en gran parte gracias al gran impulso contaminante. Es cierto que Europa y otros países occidentales han crecido menos, pero hemos de admitir que este modelo de crecimiento ha sido tremendamente efectivo. En una generación, la pobreza en el mundo se ha reducido en más de un 15%, estamos hablando de 800 millones de personas que hoy tienen un trabajo y una estabilidad cuando antes apenas sobrevivían; sin este cambio, el mundo viviría en una situación tremendamente convulsa. Este desarrollo en paz sólo ha sido posible gracias a un equilibrio tremendamente inestable. Si China no hubiera tenido el desarrollo industrial contaminante de los últimos cuarenta años, el mundo ya habría asistido a su tercera guerra mundial. Ningún gobierno chino hubiera soportado la presión de más de mil millones de personas clamando por comer todos los días y seguramente por un cambio de régimen. El crecimiento económico de China gracias a esta competencia imperfecta que ha generado la contaminación nos ha traído una gran estabilidad a costa de unos daños evidentes al medio ambiente. En la medida que controlemos estos daños en el tiempo podremos concluir si el modelo resultó finalmente exitoso o más bien un desastre mayúsculo.

También el control de precios generado por la barata mano de obra china y una industria poco cuidadosa con el medio ambiente, ha permitido que Occidente haya sobrevivido con paz social a unas situaciones de tremenda inestabilidad económica y social. El incremento de la producción de petróleo por encima de la demanda, ha permitido que los precios de los combustibles se hayan reducido en términos reales en los últimos diez años lo que ha generado más consumo privado y desarrollo a costa de mayores emisiones. También ha permitido este consumo a bajos precios de combustibles tradicionales que las economías petroleras se mantengan estables reduciendo su amenaza global, pero generando un cierto nivel de estabilidad interior.

La decisión de Trump hay que interpretarla en dos claves; por una parte, satisfacer a una parte de su electorado muy vinculado con las industrias más contaminantes, y por otra como una demonstración de fuerza frente al mundo, como si Donald Trump y los Estados Unidos no tuvieran aliados sino solo enemigos a los que hay que recordar en cada momento quién es el líder. Ambas iniciativas están condenadas al fracaso. Ni Estados Unidos puede sobrevivir ni triunfar solo; y el lobby que le apoya es muy minoritario en una sociedad americana con una creciente preocupación medioambiental como para justificar legislar a favor de grupos tan poco representativos. Los réditos políticos de estas iniciativas serán momentáneos.

Estados Unidos pretende mantener su predominio en el mundo sin enviar ejércitos, sino ahogando a las economías más débiles que son contrarias a sus intereses y lo hace con la excusa de que es necesario para preservar su tejido productivo, más bien improductivo. También persigue la independencia energética basada en el consumo acelerado de los combustibles fósiles en lugar de optar por otras energías más respetuosas con el medio ambiente y por último enviar un mensaje de supuesto liderazgo sin importar los lazos y puentes construidos durante décadas.

Donald Trump cree que su crecimiento sólo puede ser posible a costa de un tercero y muchos ciudadanos que han sufrido la crisis han acabado convencidos de que los chinos les han robado sus puestos de trabajo porque allí les dejan contaminar no como en Estados Unidos y que parece que importan más las ardillas que los desempleados.

Pero esta es una gran falacia, que como tantas otras convenientemente aderezadas se convierten en verdades universales. Seguro que esas mismas familias que aspiran a ser los fabricantes de los juguetes a precio de saldo en la olvidada Detroit, no quieren ver a sus hijos crecer en las condiciones que lo hacen los niños chinos. Los que anhelan esos puestos como dice Trump tendrían que saber lo que cuesta llegar en coche a cualquier sitio en Beijing o Yakarta. Estados Unidos nunca será independiente energéticamente mientras que el petróleo sea barato y si no opta por otras fuentes alternativas. Finalmente, la dinámica es una creciente preocupación por la cuestión ambiental que cuesta a muchos países cantidades enormes de recursos para la lucha y contra el cambio climático y sus efectos.

El liderazgo económico, social e intelectual de Occidente no puede basarse en que produzcamos nuestros propios productos de bajo coste y que los demás pasen hambre, porque esa autarquía nos llevará a la ruina como la tozuda historia nos demuestra. Si los países en desarrollo ven que los grandes países, los más ricos, se despreocupan por el medio ambiente ¿qué van hacer aquéllos que tienen que tratar a diario con la miseria? Naturalmente seguir el mismo modelo de autodestrucción. Si los países ricos hacemos un denodado esfuerzo de liderazgo en la protección del medio ambiente, mantendremos nuestro bienestar económico, nuestra ascendencia en materia de seguridad y podremos exigir a los demás que sean protagonistas también de este esfuerzo colectivo por la supervivencia que redundará en mayor seguridad y estabilidad y en definitiva será en beneficio de todos.

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