Me diste una alegría. Ya era hora.
Que sí, que me la diste, te lo juro.
Te vi en la tele, sólido y seguro,
y el pompis se me hizo cantimplora.
Ya te perdono incluso la demora,
y hasta las viejas dosis de bromuro,
a cambio del aliento de un futuro
que (provisionalmente) no empeora.
Lo hiciste. Sí, lo hiciste. Y aunque tarde,
después de tal esfuerzo y tal alarde,
en el sofá está bien que te retrepes.
Y mientras llega el chasco, de momento,
gracias a ti, Mariano, estoy contento
de ver gimotear a los indepes.