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Cristina Losada

La resistencia Potemkin

Quizá se olvida que el 'procés' no ha sido, como pregonan sus instigadores, una revolución 'de abajo arriba'. Al contrario. Se ha hecho 'de arriba abajo'.

Hace años que vengo observando al nuevo tipo de peregrino político engendrado por el procés. Era el periodista, intelectual o activista de cualquier otro lugar de España que iba a Cataluña y regresaba con la nueva, para él buena, de que el viaje hacia la independencia era imparable. La gran movilización social en las Diadas, su capacidad organizativa, el respaldo de numerosísimas entidades de la sociedad civil, el compromiso de tanta gente con el objetivo, todo ello les terminaba de convencer, visto en vivo y en directo, de que la sociedad entera estaba detrás de los partidos y líderes que promovían la ruptura. Más aún, no era que la sociedad estuviera detrás: estaba delante. Era la propia sociedad catalana, decían, la que había empujado a sus dirigentes políticos a asumir que la secesión se tenía que hacer de una vez por todas.

Esta visión de una sociedad catalana mayoritariamente congregada en torno a la causa separatista, dispuesta a defenderla hasta el final, caiga quien caiga, ha reaparecido en cuanto se ha empezado a hablar en serio de aplicar el artículo 155. Sin esa visión de por medio, difícilmente se entiende que estos días veamos múltiples avisos sobre la resistencia que opondrá la sociedad catalana. No hay que subestimar las dificultades, cierto. Pero una cosa es que las haya y otra distinta, concluir que esa resistencia hará la intervención prácticamente imposible por la rebelión general de funcionarios, ayuntamientos, periodistas de los medios públicos, sindicatos y otros grupos sociales.

De todas las rebeliones anunciadas, la de los funcionarios es la menos verosímil. ¿Dónde se ha visto una revolución protagonizada por los empleados de una administración pública? Igual me la he perdido, pero no la conozco. Ni los doscientos mil funcionarios de la Generalitat son todos separatistas, ni la gran mayoría va a jugarse su carrera por mantener fidelidad a unos cargos políticos cesados. Dudo mucho, incluso, de que lamenten su destitución. Pese a la politización de las administraciones, mal común a toda España posiblemente agravado en Cataluña, todavía hay una separación entre la Administración y la política.

Quizá se olvida que el procés no ha sido, como pregonan sus instigadores, una revolución de abajo arriba. Al contrario. Se ha hecho de arriba abajo. Se ha hecho desde el poder. Precisamente por eso se ha podido hacer. Se ha podido hacer porque ha tenido a su disposición todos los instrumentos políticos y recursos económicos con los que ha contado la Generalitat. Se ha podido hacer porque desde el poder político, ausentes las limitaciones externas, eliminadas las internas, es posible ejercer una coerción persuasiva, valga el oxímoron, sobre muchos. Y la espiral de silencio ha permitido materializar la imagen de una sociedad marchando tras la estelada como un sol poble. A estas alturas, nadie con dos dedos de frente puede pensar que responde a la realidad.

Desde el poder, siempre desde el poder, siempre con ese gran captador de voluntades que es el dinero público, el nacionalismo catalán fue poniendo en pie una fachada que ocultaba la realidad. Una fachada en la que una sociedad civil representada por una impresionante cantidad de entidades, todas completamente entregadas al proyecto político nacionalista, hacía las veces de sociedad catalana. Una fachada que escondía la realidad, reemplazándola por un artificio, al modo de los bastidores que hizo instalar el príncipe Potemkin para engañar a Catalina II de Rusia sobre las condiciones en que vivía la gente en Crimea.

De esa sociedad civil Potemkin provienen la mayoría de las declaraciones de independencia preventivas frente a la aplicación del 155. Es de ahí de donde proceden muchos de los avisos de rebelión. Normal, diría el castizo, cuando se les va a acabar el chollo. Cosa, por cierto, que está por ver. En cualquier caso, ni había que tomar a la sociedad civil del nacionalismo por la sociedad, ni hay que tomar ahora esa anunciada rebelión por la rebelión de la sociedad catalana. ¿Habrá resistencia? Sí. Una resistencia Potemkin. Como de encargo para peregrinos políticos.

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