Otros dos niños más asesinados por el terrorismo islamista. Dos niños que paseaban tranquilamente por una calle peatonal de Nueva York murieron aplastados por un camión cuando apenas comenzaban a vivir, el chófer era, es, un terrorista de ISIS. Tal vez esa misma noche esos inocentes irían a buscar caramelos a las puertas de las casas de su vecindario en la populosa ciudad, disfrazados como cualquier personaje de esos de Halloween. Y todo para ellos acabó antes, de una manera verdaderamente terrorífica.
No veremos probablemente los rostros de esos niños, ni tampoco, mucho menos, fotos de sus cuerpos desbaratados en medio del asfalto, tal como vimos la foto del pequeño inmigrante Aylán Kurdi a orillas de una playa, reproducida hasta la saciedad y el asco. No conoceremos sus nombres, es muy presumible. Como tampoco vimos los rostros ni sabemos los nombres de los niños asesinados en Niza y en Barcelona. Los niños nuestros no importan, debiéramos olvidarlos, y mientras más pronto mejor –parecen querer obligarnos a eso–. A los de ellos hay que homenajearlos hasta el endiosamiento y convertirlos en símbolos del victimismo, del horror y del espanto, del racismo y de la insolidaridad capitalista. Bah.
Ocho víctimas mortales en total en el horrendo atentado islamista en Nueva York. Vamos a ver cuánto nos dura el asunto en la mollera. El tiempo quizás de colocar unas cuantas puchas florales, varios mensajitos de ternura escritos a mano, los dibujitos melosos, los cientos de miles de velitas amontonadas en el lugar de los acontecimientos, y cómo podría faltar el pianista de turno tocando "Imagine". Así vamos, con nuestros aturdidos y reiterativos perdones a cuestas. Perdones que no sirven para nada, ni consuelan de nada, como no sea para rayar la memoria con el filo de una cuchilla, y continuar con los festejos de Halloween.
Cuánto perdón, qué espectáculo miserable el de esos perdones. Ningún castigo ejemplarizante. Pareciera como si estuviéramos invitándolos permanentemente a que vuelvan a repetir los horrores, uno tras otro, de manera indecente –indecentes nosotros–. Y si es con niños mejor. Fíjense que recién he leído que el príncipe Jorge de Inglaterra ha caído en la mira de los terroristas, mensaje obvio de que seguirán matando a nuestros niños, mientras nosotros tendríamos a cambio que amar y compadecernos de los de ellos.
No pensé jamás que me tocaría vivir un mundo tan empobrecido y perturbador. No creí nunca que la civilización involucionara a niveles tan bajos de desidia, tan humillantes e inhumanos. Y ahí está, el horror diario. Ahora también contra los niños.
Sí, es algo que vienen haciendo desde hace ya un buen tiempo. Cuando no los alistan como soldados para que se maten entre ellos, los asesinan cruelmente en medio de una apacible calle de nuestro mundo, que no es, visiblemente y con toda evidencia, el de ellos.
Los asesinos tienen un nombre: islamistas. Son terroristas. Y curiosamente los comunistas y una franja extremista de la izquierda los apoyan y han hecho propia su incongruente y monstruosa lucha. Si no me creen vean las últimas declaraciones de Mariela Castro, la Hijaza del tirano Raúl Castro, solidarizándose con la "lucha del pueblo árabe". Bof.
Dos niños de menos en este mundo. Recuerden, el terrorista, con su pavoroso rostro, llegó a Estados Unidos en 2010, entró allí y se estableció gracias a Barack Obama. Fue arrestado en tres ocasiones, e inexplicablemente liberado, a pesar de la pinta y del punto que era, y es.
Pues eso. Dos niños de menos de nuestro mundo, y familias de más destrozadas por el dolor. Olvidarlo nos va transformando en despiadados, al igual que esos homicidas; nos va contagiando su maldad.