Los fallos de la investigación en el caso de la extraordinaria asesina María Ángeles Molina, alias Angie, hacen que a día de hoy, veinte años después de los hechos, se investigue la posibilidad de que sea una verdadera criminal en serie. Como seguramente recuerdan, porque es inolvidable, Angie es aquella que contrató a dos gigolós para que eyacularan en un bote y con su semen disfrazar el escenario de un crimen.
Era una mujer atractiva, ambiciosa y fría, también llamada "la asesina de la peluca negra", pues se disfrazaba con este complemento para llevar a cabo sus delitos, no solo los asesinatos, sino las contrataciones de seguros y las solicitudes de créditos con documentación robada a una de sus compañeras de trabajo, cuyo DNI fue encontrado escondido en el espejo de su cuarto de baño.
Angie cumple condena por asesinato en la prisión de Brians, en Barcelona, y desde allí ha declarado por videoconferencia, ¡qué moderno!, para un juez de Gran Canaria, donde la decisiva actuación de un criminólogo ha posibilitado una investigación complementaria de la deficiente original y ha hecho que su señoría reabra el misterio de la muerte del marido, al que según los datos puestos de relieve pudo haber eliminado.
El empresario de origen argentino Juan Antonio Álvarez, de 41 años, cayó muerto al salir de la ducha tras un partido de pádel. Se cree que fue envenenado con ion-fosfato, un producto que contienen algunos preparados de fácil acceso. El asesino habría rellenado las píldoras de vitaminas que tomaba. Su esposa Angie y la hija de ambos estaban fuera cuando sucedió. Desde el primer momento la familia del empresario denunció que podía tratarse de un crimen, pero en 1996 quedó en suicidio, cuando nada parecía avalar tal hipótesis.
Hoy, los investigadores se han remontado incluso a la extraña desaparición de la propia madre de Angie. Debe de haber algún motivo que ignoramos para que estas muertes puedan ser investigadas de forma oficial, dado que los crímenes de sangre prescriben en España a los veinte años. En el caso de la investigación sobre el marido, deben de ser trámites judiciales que permitan iniciar la prescripción más tarde, por lo que solo por los pelos se puede seguir indagando con alguna esperanza.
El hecho de que un criminólogo alumbre un misterio de tanta trascendencia reivindica la figura de los científicos del crimen, figura que en nuestra sociedad no está justamente reconocida. Angie es una soberbia figura llena de astucia y perfidia, que alteró la escena del crimen tras haber perpetrado minuciosamente la muerte de la que se creía su amiga, Ana Páez, por la que cumple condena, vertiendo el semen de los boys sobre su cadáver para hacer que pareciera un crimen sexual, cuando era simplemente un asunto de negocios. No olvidó ni un solo detalle: dijo en el cabaret que solicitaba que eyacularan por una broma y recompensó sobradamente al que mejor se portó.
Su técnica era contratar seguros y créditos a nombre de Ana, pero siendo ella la beneficiaria. En el caso de la muerte del marido, también intentó cobrar un importante seguro, pero le salió el tiro por la culata, dado que las pólizas de vida no se pagan en caso de suicidio. El posible error de la investigación la liberó de una posible condena, pero también le impidió cobrar. Ella lo niega todo y mantuvo una actitud desafiante durante el juicio. Hoy se resiste en la videoconferencia a la nueva indagación y trata de explicar las insondables intrigas sobre la muerte del marido, que al parecer habría decidido divorciarse y le habría puesto un detective porque sospechaba de su comportamiento.
Angie es partidaria de una vida de altos vuelos, con gastos excesivos que tenían muy preocupado a Juan Antonio, quien habría dicho que no podía mantenerla. Tras la muerte de este, ella se trasladó de Gran Canaria a Barcelona y trató de mantener el mismo nivel de vida, hasta que la Policía logró desmontar el hábil disfraz del asesinato.

