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Cayetano González

Urnas y mentiras

Buscando la salida más cómoda para su posición política, Rajoy ha arriesgado mucho convocando unas elecciones autonómicas muy precipitadas.

Cuando Mariano Rajoy tomó la decisión de aplicar el tan denostado, por él y por otros muchos, artículo 155 de la Constitución, lo hizo acompañándolo de un decreto de convocatoria de elecciones autonómicas en Cataluña para el próximo 21 de diciembre. Una decisión, la de convocar elecciones tan inmediatas, a todas luces innecesariamente precipitada y que tiene el riesgo de que cuando se cuenten los votos las cosas, desde el punto de vista de la aritmética parlamentaria, sigan más o menos igual a como estaban hace un mes.

Según las encuestas publicadas en los últimos días, las fuerzas independentistas –ERC, PDeCat y la CUP– están rozando, cuando no consiguiendo, la mayoría absoluta, mientras que los partidos constitucionalistas –incluir al PSC en este grupo es correr también un gran riesgo– crecen, pero no lo suficiente como para poner en peligro la supremacía independentista. En ese escenario tendrían un papel relevante, lo cual es una pésima noticia, los podemitas de Colau, que, por mucho que se empeñe La Sexta en lavar su imagen haciendo a la alcaldesa de Barcelona una entrevista-masaje cada cuatro días, han mantenido a lo largo de este tiempo una repugnante a la par que falsa equidistancia entre el golpe de Estado llevado a cabo por Puigdemont y compañía y la aplicación del Estado de Derecho y de la ley a los golpistas.

Un dato que arrojan las encuestas que debería hacer pensar y mucho tanto en la Moncloa como en la sede del PP de la calle Génova es el pobre resultado que se otorga en ellas a los populares. Ser el partido del Gobierno y quedar en sexto o séptimo lugar, con una representación parlamentaria igual o inferior a la que tenía en la anterior legislatura, es algo, insisto, que debería hacer reflexionar a los Rajoy, Santamaría, Cospedal, Maillo y Levy de turno. Si ese pésimo resultado se confirma en la noche del 21-D, lo sentiré por Xavier García Albiol, que se ha batido el cobre en estos últimos años, pero cuya cabeza será lo primero que pidan algunos dentro de su partido, como si la culpa fuera exclusivamente suya y no de los que desde la dirección nacional del PP han renunciado a tener un proyecto político e ideológico sólido en Cataluña.

Cuando falta un mes para esas elecciones, los independentistas han decidido embarrar aún más todavía el terreno de juego, de ahí las querellables declaraciones de Marta Rovira, la ungida por Oriol Junqueras candidata a la presidencia de la Generalitat, en las que revelaba –"según me han dicho"– todo tipo de planes terribles y sangrientos, muertos incluidos, del Gobierno para parar el golpe en Cataluña, del que la susodicha señora fue uno de los principales impulsores.

La reacción del Gobierno, de su presidente y del resto de fuerzas políticas a esas barbaridades ha sido claramente insuficiente. Ya está bien de tolerar tantas mentiras, tantos insultos, tanta agresión, sin responder de una forma contundente, más allá de las consabidas declaraciones. Los nacionalistas son unos maestros de la mentira no sólo sobre el pasado, también sobre el presente. Y algo más: huelen y detectan de forma inmediata la debilidad, el complejo del adversario político. Y cuando toman la medida a ese miedo son implacables.

Rajoy, buscando la salida más cómoda para su posición política, ha arriesgado mucho convocando unas elecciones autonómicas tan pronto, en medio de un clima en el que los independentistas, a la vista está, se mueven como peces en el agua: Puigdemont internacionalizando el conflicto en Bruselas, Junqueras meditando en la cárcel; Marta Rovira echando sapos por la boca y, por si eso fuera poco, el democristiano Duran y Lleida pidiendo el voto para el PSC. ¿Alguien da más en el zoco en el que se ha convertido la política en Cataluña?

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