Cometemos un grave error cuando hablamos del problema de Cataluña. Puede que lo fuera en el pasado, ahora el problema es de España. Inducido, eso sí, por el catalanismo mutado en nacionalismo y separatismo. Esa cepa viral ha infectado al alma de la nación. En especial, a los partidos de izquierdas y a sus sindicatos.
Evidencias sobran, la última es la participación y apoyo a nivel nacional de UGT y CCOO a la manifestación convocada por la ANC y Òmnium Cultural para exigir la excarcelación de los "presos políticos". Si algún iluso se ha sorprendido por la novedad, paséese por las connivencias que tales sindicatos tuvieron con el nacionalismo desde los finales ochenta. Y en la entrada del nuevo siglo con el separatismo.
Se habla mucho de los ERE de Andalucía, pero la obsesión de Pujol por controlar todos los estamentos sociales le llevó a regar con subvenciones los cursos de formación laboral y a personajillos como el secretario general de UGT, Pepe Álvarez. Ni un escándalo entonces. Los trapos sucios en Cataluña se lavan en casa.
Durante los últimos 40 años, estos sindicalistas de pega han hecho de correa de transmisión entre la clase obrera castellanohablante y el nacionalismo. Pujol ha ganado, no sólo ha pervertido el sentido de tales sindicatos en Cataluña, la inercia de tal perversión ha acabado por arrastrar a sus homónimos en el resto de España.
Aclaran que no están por la independencia, pero asisten a sus aquelarres y siguen todas sus consignas. En su adhesión a la manifestación del día 15 con lo peor del separatismo, arrastran todos sus mantras secesionistas: libertad para los "presos políticos", petición de "diálogo", anulación del "bloqueo institucional por la aplicación del 155", crítica a las "actuaciones judiciales desproporcionadas", apuesta por la "reforma constitucional", petición de "normalidad institucional, política y judicial", y siempre el socorrido "derecho a decidir". Un arsenal completo de nacional-catalanismo separatista.
Son sindicatos de clase de una izquierda infectada hasta la médula por el problema nacionalista. Pero no sólo ellos, Pablo Iglesias justifica la violencia de los CDR y aboga por la libertad de los "presos políticos", Miquel Iceta pidió un indulto para ellos antes del propio proceso y condena, y su compañero de filas Ramón Ferré, alcalde de Calafell, ha aprobado en el pleno municipal la regulación de los lazos amarillos en la calle. Ada Colau acudirá a la manifestación a "pedir libertad para los presos políticos", y Joan Tardà se marca una de cinismo declarando que quienes catalogan de terrorismo de baja intensidad las acciones de carrer barroka de los CDR banalizan a las víctimas del terrorismo. Alguien le debería recordar con qué víctimas estaba él cuando el líder de su partido, Carod Rovira, viajaba de incógnito a Perpiñán para pedir a la banda terrorista ETA que no atentara en Cataluña. Al resto de españoles que les dieran.
Con esta traición a la igualdad de todos los trabajadores, estos sindicatos de clase están legitimando el relato nacionalista y todas sus manipulaciones. Nunca antes quienes deberían partirse el pecho por los derechos laborales, los servicios sociales, la justicia social, la defensa de los más humildes, se habían degradado hasta el punto de convertirse en mamporreros de sus enemigos de clase. Una prueba irrefutable de que el problema catalán está infectando todo el cuerpo social de España.
Es la peste del resentimiento, del populismo, del nacionalismo. Poco a poco, desde los años ochenta, ha ido socavando la confianza de los españoles en el orden constitucional hasta infectar y corromper ideologías, afectos, acontecimientos históricos, cultura, lengua común, solidaridad, igualdad, conocimientos mutuos, y amenaza con disolver la soberanía nacional de una de las naciones más antiguas del mundo.
PS. Seguro que no encontrarán razón alguna para oponerse a o manifestarse contra la iniciativa planteada por ERC, Junts x Cat y CUP para que el Parlamento de Cataluña apoye la violencia callejera de los CDR (carrer barroka).

