Según los Gobiernos occidentales, la noticia es la siguiente: tras haber empleado Bashar al Asad nuevamente armas químicas contra su población civil en la ciudad de Guta, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia bombardearon instalaciones y almacenes en territorio sirio con el fin de castigar y prevenir el empleo de estas armas. El ataque tuvo un carácter estrictamente quirúrgico, con el fin de no provocar una escalada en el conflicto.
Sin embargo, no hubo bajas, lo que hace sospechar que sirios, rusos e iraníes fueron avisados de qué se iba a bombardear. Es más, probablemente hubo una negociación al respecto. Si hubo tiempo a desalojar al personal, es probable que también lo hubiera para trasladar el material que se quería eliminar. Naturalmente, rusos e iraníes protestaron aceradamente, pero sin adoptar ninguna represalia.
Todos nos están bailando un minueto para escenificar un enfrentamiento inexistente. No se ha hecho nada contra la capacidad de Asad de gasear a su población. La operación tan sólo ha servido para lavar las conciencias de la opinión pública occidental haciéndola creer que con sus impuestos se hace algo para proteger a los sirios. Y esa misma opinión pública se deja engañar con tal de no verse obligada a hacer algo eficaz, que, para serlo, tendrá que ser moralmente más discutible que un bombardeo sin víctimas.
Para corroborar que todo es una tramoya, basta considerar que tanto Estados Unidos como Francia, y no digamos Gran Bretaña, han pospuesto sine die la adopción de medidas contra Rusia e Irán. El coraje que hay para lanzar tomahawks falta para imponer sanciones económicas. Por si persistiera alguna duda, Trump ha declarado su deseo de retirar los escasos dos mil hombres que tiene desplegados en Siria.
Especialmente inquietante es que quien ha montado la burla haya sido precisamente Macron. El presidente francés se supone que es el adalid de esa nueva política moderada que pretende barrer del continente la corrupción y las mentiras de los viejos políticos a la vez que ofrece una alternativa moderada a quienes están tentados de arrojarse en brazos de opciones extremistas. Está muy bien que a Macron le indigne que Asad gasee con cloro a sus compatriotas, pero más le valdría reconocer su incapacidad para impedirlo antes que bailar al son de Trump. La estrategia del norteamericano consiste en darle un pellizco de monja al Gobierno sirio para aparentar que él es diferente a Obama y castiga a quienes cruzan las líneas rojas que él dibuja, lo que le da una coartada para seguir permitiendo que Putin campe por sus respetos en Oriente Medio. El ruso, por su parte, corresponde fingiéndose indignado, pero nada más. ¿Por qué Macron se presta a esta farsa? ¿Por la vanidad de representar en ella un papel principal?
Trump está retirando a los Estados Unidos del mundo, que quedará a merced de rusos y chinos. Y los Gobiernos de quienes pagaremos las consecuencias, en vez de reaccionar, le hacen el caldo gordo con tal de ganarse el apoyo de una opinión pública a la que le encanta evitarse conflictos morales. No hay peor forma de afrontar un problema que ignorar que existe.