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José T. Raga

Cuando los principios no lo son tanto

Se hace necesaria una herramienta para penalizar el engaño de los políticos; la incoherencia entre aquello de lo que presumen y aquello de lo que carecen.

Los refranes muestran su evidencia en la vida real de las personas, de las instituciones y de la propia sociedad, no en balde es de ella de donde emanan.

Estoy pensando en el que incide en una realidad alarmante hoy, tanto por su gravedad intrínseca como por su aplicación a personalidades políticas y sociales: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Atribuirse virtudes, principios o valores que la comunidad considera muy elevados cuando quienes así presumen tienen actitudes que se sitúan en lo deleznable es siempre un comportamiento grave, por fraudulento. Especialmente en las sociedades democráticas, porque la racionalidad del voto en unas elecciones se basa, fundamentalmente, en las imágenes que los electores tienen de los candidatos.

El error del elector al elegir al presunto virtuoso no es un simple error en la persona, pues tanto da una como otra si se consigue el fin pretendido con el voto, sino que estamos ante un error en el propio objeto de lo elegido. Es decir, que aunque formalmente he elegido lo que consideraba mejor para mi comunidad –fiando en lo presumido por los candidatos–, sustantivamente he elegido la opción más perversa; lo que no era mi intención.

Hablamos, simplificando, de candidatos, pero lo mismo puede decirse de partidos políticos –abundantes en bellos principios– y hasta de instituciones que dicen perseguir los más altos ideales, para una sociedad perfecta.

Tengo muy en mente los pronunciamientos antibelicistas del PSOE y del que sería presidente Rodríguez Zapatero en las elecciones de 2004, con una rotunda defensa del valor supremo de la vida de los iraquíes –en lo que no puedo estar más de acuerdo–, con proclamas inquisitoriales al presidente Aznar y a su Foto en las Azores.

Pensé, ingenuamente, que aquello obedecía a principios de partido, que seguían presentes con el presidente Sánchez. ¿Cómo iba a pensar que aquello y esto no eran más que posturas en las que se presumía de aquello de lo que se carecía?

La ocasión no se ha hecho esperar. Lo que no dice el Gobierno de Sánchez es cuántos muertos –en Yemen o donde sea– equivalen a un puesto de trabajo en Navantia (Cádiz).

Despreciando a los que morirán, nos explican que las bombas para Arabia Saudita son muy precisas y que las fragatas son deportivas, no ofensivas. Aunque se conociera la identidad de los que iban a morir, también tienen el superior derecho a la vida.

¿Dónde están los principios de los que tanto se presume? ¿Para qué presumir de aquello a lo que renunciarás ante unas elecciones? ¿Qué pensarán los que votaron PSOE por su pacifismo?

Se hace necesaria una herramienta para penalizar el engaño de los políticos; la incoherencia entre aquello de lo que presumen y aquello de lo que carecen.

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