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Amando de Miguel

La buena despoblación rural

El proceso secular de despoblación del campo ha sido uno de los factores más decisivos del progreso de los españoles.

El proceso secular de despoblación del campo ha sido uno de los factores más decisivos del progreso de los españoles.
EFE

Esto de los grupos de presión estaba siendo un tanto monótono. Siempre las mismas prédicas sobre el calentamiento global, el sufrimiento de los animales, el lenguaje inclusivo o las bondades de la eutanasia. La opinión pública empezaba a aburrirse. Hasta que empieza (ahora se dice "arranca") una nueva salmodia: la España vacía o vaciada, las pedanías rurales que se quedan sin gente, el desierto interior, las aldeas perdidas. Se organiza una gran manifestación para "llamar la atención de los poderes públicos", es decir, pedir subvenciones para los líderes rurales. Lo curioso es que tal manifestación tiene que realizarse en Madrid, partiendo de la estación de Atocha. Por lo menos atocha es una clase de esparto, un buen símbolo.

En algunos pequeños pueblos castellanos el único bar que queda después del éxodo recibe una pequeña subvención de la comunidad para que pueda seguir abierto. Más paradojas. Los mismos ciudadanos (aunque no vivan en ciudades) de los pequeños núcleos rurales que abogan por la repoblación se oponen al deporte o ejercicio de la caza. Pero la actividad cinegética solo se lleva a cabo en zonas con una muy baja densidad de humanos. Resulta bastante irracional la obsesión de que todas las cuadrículas del mapa nacional deban estar pobladas de gente. Tendría muy poco sentido fomentar la repoblación de algunos desiertos como las Bardenas, los Monegros o tantas sierras.

Vamos a cuentas. El proceso de lo que en días más líricos se llamó "éxodo rural" lleva en España más de un siglo de continuo movimiento, aunque con ciertas intermitencias. Por ejemplo, se recordará la ominosa "vuelta al campo" de muchos urbanícolas durante la hambruna de los años 40 del pasado siglo. El proceso secular de despoblación del campo ha sido uno de los factores más decisivos del progreso de los españoles. Es lógico, puesto que en las zonas urbanas (incluidos los pueblos del alfoz que rodea a las grandes ciudades) se dan muchas más oportunidades de vida, de trabajo y de ocio; también para organizar grupos de presión.

En el idioma español ocurre que la palabra pueblo significa dos cosas algo distintas: los habitantes de un conjunto de casas y el paisaje material de esas mismas casas, calles, plazas, etc. (En inglés, por ejemplo, tienen dos palabras: village y people). Pues bien, resulta que en España hay ahora unos 8.000 municipios, más o menos los mismos que hace más de un siglo. Quiere esto decir que muchos de ellos se encuentran con un censo tan escuálido que hace difícil llamar vida humana a la que llevan sus vecinos. No ya un bar, son necesarios muchos más servicios públicos y privados para que pueda desarrollarse la vida en un pueblo. Sobre todo, en el caso de la población envejecida, que es la que predomina en las zonas rurales, se necesita que vivan cerca de una farmacia, un centro de salud, una iglesia dotada, unas pocas tiendas, una parada de autobús, etc. Todo eso significa una suficiente masa crítica de habitantes. En consecuencia, lo más justo es que las pequeñas aldeas dispersas con pocos habitantes sean abandonadas.

Es más. Resulta absurdo que en España existan todavía 8.000 municipios. Mejor sería que se fusionaran para conformar una cifra de unos mil. Es un proceso de concentración que se ha llevado a cabo recientemente en otros países europeos, pero no en España. Es la única forma de que un millar de ayuntamientos puedan disponer de servicios públicos hoy imprescindibles, como una piscina cubierta, un polideportivo, un parque de bomberos, una estación de autobuses, una biblioteca, unas escuelas, etc.

Sin llegar a la fusión de municipios, el proceso secular de urbanización en España ha supuesto que muchas tierras marginales de labor se abandonen y ganen extensión el bosque, los pastos o el medio donde se desarrollen las especies salvajes. Nada más ecológico.

No me parece mal que haya grupos de presión para defender los respectivos intereses. Critico que su funcionamiento se deba fundamentalmente a las subvenciones del erario (que siempre es público, porque se nutre de los impuestos). No tiene mucho sentido que las Administraciones Públicas subvencionen a los jóvenes anacoretas que deseen vivir en los pequeños pueblos alejados de la red de transportes. Déjese que la gente resida donde quiera en uso de su libertad. Pero no se quiera vender la burra de que, para la generalidad de los españoles, es un progreso la vuelta al campo.

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