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Cristina Losada

Nosotros, los indecisos

Es milagroso: uno vota a un partido del 'establishment' más 'establishment' y ve a un partisano de la Resistencia cada vez que se mira en el espejo.

Es milagroso: uno vota a un partido del 'establishment' más 'establishment' y ve a un partisano de la Resistencia cada vez que se mira en el espejo.
EFE

Llega el final de la campaña, aunque sabemos que no es más que el principio, y tenemos las mismas dudas que al principio. Por no saber, no sabemos dónde ubicar el principio de la campaña. Si fue cuando se instaló el Gobierno de la moción de censura o mucho antes. Cierto que desde aquel momento todo fue campaña sobre campaña. Sin duda para el Gobierno, pero de inmediato también para el resto. Diríamos que seguimos en el ciclo que se inició en 2015, pero es por decir algo, teniendo en cuenta además que eso de ver ciclos es como ver ovnis. Lo único seguro es que no vemos el cielo abierto.

Las papeletas están ahí, exigiendo una decisión, casi tanto como los voceros de los partidos, aunque no tanto, ni de lejos. Los partidos en campaña aplican tratamiento de shock a base de duchas de certezas, unas frías y otras calientes, sí, pero todas intensas e irritantes. Cada vez queda menos tiempo. Sin embargo, los que dudamos, dudamos. Aunque digan los de las encuestas, de las que ya nos fiamos muy poco, que los indecisos no están indecisos, sino que mantienen su decisión en secreto. A saber por qué. ¿Por fastidiar?

Hemos asistido a la precampaña y a la campaña. Hemos visto los debates y las refriegas. Leímos los análisis y los supuestos análisis. Tratamos de no ver los innumerables mensajes de campaña en las redes. Pero, después de haberlo visto todo, estamos como el personaje de Stendhal en la batalla de Waterloo, que, a pesar de que estuvo allí y lo había visto todo, era como si no hubiera visto nada. ¿Será el caos creativo o simplemente el caos?

Si nos preguntaran de qué ha ido la campaña, no sabríamos responder a la primera. Iríamos por partes, descuartizadores. De la economía, el Gobierno dice que España va bien, como todos los Gobiernos. Como para fiarse. El recuerdo de la gran recesión permanece y muchos ciudadanos, a los primeros signos de caída, temen la recaída en lo peor. Puede que yerren, pero la percepción cuenta. Se tiene muy poco en cuenta cómo puede influir esa percepción en nuestra decisión. Buena o mala la situación, los partidos no dejan de ofrecer una Jauja a todo el mundo, desde pensionistas a autónomos. Y, por otro lado, la agenda regeneracionista es un pálido reflejo de lo que fue. Ya no hay urgencias. La corrupción fue un arma arrojadiza, y lo sigue siendo, pero ha perdido filo.

Aquello que llaman, y llaman mal, la "cuestión territorial" o el "problema catalán" ha estado ahí, y es el muro que divide las aguas. No ya entre los separatistas catalanes y sus escuderos; también entre los que, en teoría, están en contra del separatismo. El partido del Gobierno, cierto, apoyó la aplicación del 155, pero cuando estaba en la oposición. Salió de la oposición como rehén de los separatistas. Luego, en vez de mandarlos a paseo, volvió a las andadas. Finalmente fueron esos socios los que lo dejaron caer. Ahora pide una mayoría para salir de la dependencia, pero no es creíble. Lleva largo tiempo con la adicción. Se quiere entender con el nacionalismo separatista porque se entiende mejor. Al separatismo siempre le ofrece diálogo; a la derecha, ni agua.

Y así seguiríamos desmenuzando la cuestión, sin encontrar muchos más agarres. Tenemos, sí, el campo constitucionalista, pero está subdividido. Casado, en un debate, dijo de pronto que el multipartidismo no había servido para nada. Miren ustedes este guirigay, vino a decir, y recuerden lo claro y diáfano que era todo antes. Pero el bipartidismo tampoco fue el bálsamo de Fierabrás. Es verdad que simplificaba las cosas. No obstante, ahora hay otras fórmulas simplificadoras, como frenar a la ultraderecha, que es la esencia destilada de las fantasías de la izquierda. Eligiendo ese elixir, uno puede justificar la vuelta a la casa del partido que había abandonado a los desfavorecidos y, a la vez, sentirse parte de la heroica lucha contra el fascismo. Es milagroso: uno vota a un partido del establishment más establishment y ve a un partisano de la Resistencia cada vez que se mira en el espejo.

Los indecisos no nos identificamos con un partido. Ese es quizá nuestro problema. Y al revés: es el problema de los que se identifican. Ante los programas y promesas electorales, pensamos más en su incumplimiento que en lo contrario. Por eso los tendremos en cuenta muy poco. Somos escépticos y optimistas, en parte. Si algo bueno tiene el multipartidismo es que tiende a adelantar la fecha de caducidad de los Gobiernos. Suponemos que los errores se pueden corregir. También el que seguramente cometeremos al decidir. Y como no sabemos qué van a hacer los demás, porque ya dejamos por imposibles los sondeos, tenemos claro, al menos, esto: no hay voto útil ni voto inútil. Luego ya decidiremos si optamos por un placebo o un revulsivo.

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