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Pablo Planas

Barcelona, capital Gerona

El separatismo, en efecto, ha mermado en Barcelona, pero no avanza el constitucionalismo.

El separatismo, en efecto, ha mermado en Barcelona, pero no avanza el constitucionalismo.
EFE

Barcelona no será la capital de ninguna república, ni siquiera de una república catalana, aunque gobierne el republicano Ernest Maragall. Si alguna vez existe una república catalana, ese papel está reservado para Gerona, emplazamiento donde se rodó un trozo de una temporada de Juego de Tronos. El destino de la Ciudad Condal depende de lo que se decida en Madrid para el gobierno de los gerundenses. Los resultados electorales permiten toda clase de componendas porque no ha ganado nadie. El hermano del alcalde olímpico tiene unos cinco mil votos más que Colau, ha subido el PSC, se ha desplomado lo que queda de Convergencia y ha entrado el PP, aunque por tan poco que está pendiente del recuento definitivo que se determinará este miércoles. La buena noticia es que la CUP pasa de tres concejales a ninguno.

Los resultados en Barcelona requieren de un proceso de macerado porque a simple vista podría parecer que Manuel Valls se ha pegado el gran guantazo, operación Roca bis, pero igual no es así. El ex primer ministro francés ha hecho una campaña típicamente catalana, de un catalanismo de manual. Y lo primero que ha dicho tras sacar seis concejales, uno más que Carina Mejías hace cuatro años, es que si Ciudadanos pacta en algún sitio con Vox, rompe con el partido de Rivera y Arrimadas. Y hete aquí que el fracasado de Valls puede ser determinante para que Colau y el PSC, Iglesias y Sánchez, se hagan cargo de las riendas de una ciudad que ya era una ruina antes de los Juegos Olímpicos. Victoria del golpe suave. De los seis concejales de Valls, tres son él y sus amigos, el exministro socialista Celestino Corbacho entre ellos, y tres militantes sujetos a la disciplina de Ciudadanos. Los diez concejales de Colau, los ocho de Podemos, Valls y sus dos colegas suman 21, la mayoría absoluta. Y que diga misa Rivera. Es lo que tienen las bisagras, la apoteosis del mal menor.

El separatismo, en efecto, ha mermado en Barcelona, pero no avanza el constitucionalismo. El único dato irrefutable del superdomingo electoral en Cataluña es que Puigdemont se impone a Junqueras y que entre ambos casi alcanzan el 50% en las europeas.

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