
Las elecciones del domingo parecían llamadas a ser el acto que consumaría la derrota definitiva de la derecha y pondría todo el poder político en manos de los socialistas. Los resultados de las generales –celebradas apenas un mes antes–, el fraccionamiento del voto liberal-conservador y el agotamiento de los Gobiernos locales y autonómicos del PP en sus feudos tradicionales hacían presagiar una nueva victoria izquierdista.
Lo más trágico es que la política nacional iba a quedar completamente en manos de dos personajes como Sánchez e Iglesias, sin ninguna duda lo más insustancial que ha producido la izquierda española, lo que ya es mucho decir, teniendo en cuenta que el izquierdismo patrio jamás ha aportado al acervo socialista occidental un nombre señero o una idea válida.
Pero la tormenta perfecta no se desató finalmente sobre el centro-derecha, que después de una noche de gran tensión consiguió mantener el tipo, en contra de lo que presagiaban los primeros datos del escrutinio. Al contrario, a pesar de que los partidos derechistas siguen por debajo del PSOE, lo cierto es que han superado la prueba de las autonómicas y municipales con una solvencia que ahora hay que cuajar en los pactos de investidura que sea menester.
Además, el domingo asistimos al derrumbe estrepitoso del movimiento bolivariano, acontecimiento simpatiquísimo que a todos nos llenó de felicidad. El destrozo en las filas podemitas ha sido colosal y tan solo el Kichi, enemigo acérrimo del Marquesado de Galapagar, mantiene tremolando sobre su feudo la bandera perroflauta en todo su esplendor. Gracias, Alberto Garzón, por entregar Izquierda Unida a la parejita y haber desvencijado las siglas comunistas para siempre. Sin ti no hubiera sido posible.
Parecía que el domingo se iba a consumar el entierro de las esperanzas de los conservadores y liberales españoles de plantar cara al socialismo hegemónico, pero en lugar de eso ha habido una inyección de optimismo de lo más necesario para afrontar esta legislatura con cierta tranquilidad. Fue un Domingo de Resurrección, como aquellos en los que Curro Romero llenaba la Maestranza y con dos medias verónicas justificaba toda la temporada. A ver si Casado, Rivera y Abascal cuajan una faena poderosa y no pegan un petardazo de esos que el Faraón de Camas solía también de vez en cuando perpetrar.