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Pablo Planas

Español en Cataluña: el odio que no cesa

El nacionalismo catalán pretende reducir el español a la categoría de lengua no ya extranjera, sino enemiga.

El nacionalismo catalán pretende reducir el español a la categoría de lengua no ya extranjera, sino enemiga.
La supremacista Meritxell Budó | EFE

Dicen los abogados de los golpistas que Cataluña es una balsa de aceite, un remanso de paz, un paraíso de la concordia, la convivencia y el progreso social, el viejo y apacible oasis donde un solo pueblo avanza con paso cívico y festivo hacia nuevos horizontes de justicia y bienestar, todo ello a pesar de la brutal represión del Estado.

El clima político es una prueba de ello. No hay más que ver el desempeño de la portavoz del Gobierno de Quim Torra, la consejera de Presidencia, Meritxell Budó, que no puede disimular el asco que le produce el idioma español, la lengua materna de cada vez menos catalanes gracias a tortuosos experimentos sociológicos como la inmersión lingüística en las escuelas, la discriminación, a veces prohibición, de esa lengua en las Administraciones, el comercio, los servicios y los medios públicos.

La última rueda de prensa de la señora Budó, el pasado martes, puso de relieve con toda crudeza la eficacia del autoritario régimen lingüístico. Los periodistas sólo pueden preguntar en español al término de la comparecencia y siempre que sea para repetir las mismas preguntas que se han realizado antes en catalán.

Plantear a la portavoz del Ejecutivo regional que se pregunte en el idioma que se desee es considerado en el mejor de los casos una extravagancia impropia, cuando no una ofensa o una provocación. En un entorno libre, sano y razonable, a Budó no le debería causar mayor trastorno que una periodista le interrogue en un idioma todavía legal en la comunidad, que se alternen las lenguas oficiales, pero eso va en contra de lo que el nacionalismo considera la "normalidad", que no es otra que reducir el español a la categoría de lengua no ya extranjera, sino enemiga.

El proceder de Budó puede parecer una anécdota, la típica polémica de periodistas tocapelotas, nada nuevo ni reseñable. Pero es que Budó expresa como miembro del "Govern" de la "Generalitat" lo que es la norma en las escuelas y ante las ventanillas de las Administraciones en Cataluña, en las gestiones oficiales, en las universidades y en los servicios públicos. El "castellano" (nunca "español"), a la cola, para el final y como un favor.

De ahí seguramente que esté perfectamente documentado que no pocos maestros y maestras, en cumplimiento de las leyes autonómicas, se empeñen en que los niños tengan que utilizar el catalán hasta para ir al baño, lo que es una manera muy eficaz de garantizar que no se les ocurra de mayores utilizar en público la vejada lengua de sus padres o abuelos, en caso de que no la hayan perdido o no la odien. Y por eso mismo Budó no tiene ni siquiera que disimular el malestar o aceptar, como sus antecesores, preguntas impertinentes en el impertinente español.

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