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Pablo Planas

Orgullo de cajera

Lo que a Montero le tendría que dar vergüenza no es haber trabajado de cajera sino haber rechazado una estancia en Harvard.

La ministra de Igualdad, doña Irene Montero, se avergonzaba de haber sido cajera en una cadena de electrodomésticos. Es la única razón plausible para haber ocultado ese detalle de su pasado en el currículo de flamante ministra en el Gobierno de su marido y Pedro Sánchez. Y decimos que se avergonzaba en pasado porque a raíz del descubrimiento del agujero en su trayectoria laboral en el portal de la transparencia del Ejecutivo, la excelentísima gobernanta se ha despachado en el Twitter con un hilo en el que exhibe su orgullo de cajera, incluso de cajera de supermercado, cosa que no es lo mismo que cajera de una tienda de electrodomésticos. Es un matiz no menor.

El caso es que la señora Montero, brazos en jarra, dice que fue cajera de supermercado, lo cual es falso, y asegura también que fue cajera en una cadena de electrodomésticos, lo cual sí es cierto. Y dice además que su padre era mozo de mudanzas y su madre, maestra, que ella fue una estudiante de matrícula de honor, que se sacó la carrera de Psicología a pesar de las penalidades y fatigas de la militancia comunista y que rechazó una estancia en Harvard "que no pude disfrutar porque renuncié a mi contrato porque me resultaba incompatible con mis responsabilidades en Podemos".

Ojo a Harvard. Del tono lacrimógeno del hilo cabría suponer que no pudo ir a Harvard porque sus padres eran pobres de solemnidad y el sistema capitalista no le concedió una beca y entonces tuvo que renunciar muy a su pesar a una gran oportunidad. Ay qué pena y qué injusticia más gorda. Pero no preocuparse que no es el caso.

La "renuncia" al "contrato" que no pudo "disfrutar" fue por sus "responsabilidades en Podemos", no porque tuviera que echar una mano en casa para pagar la luz, sacar adelante a sus hermanos pequeños (si es que los tiene) o cualquier otro cuadro dickensiano. Y es ahí por donde también flaquea la dura y tremebunda historia de la estajanovista Irene Montero, que prefirió currarse una carrera política en las asambleas de Podemos a ser útil a la sociedad y labrarse un porvenir en Harvard.

Para acabarlo de adobar, emite un último trino en la red social de este tenor: "¿Y saben qué? De esas experiencias laborales la que quizá me ayuda más para ser ministra es la de cajera. Me ayuda a no olvidar de dónde vengo y la situación de las mujeres a las que represento".

Le ayudará mucho, pero sigue sin figurar en su currículo oficial y hasta que no conste no podrá decir con propiedad que fue cajera, cajera y a mucha honra, la cajera que cumplió el sueño de ser ministra porque, efectivamente, nada malo hay en ser cajera. Al contrario. Es un oficio tan digno como el de peluquera, empleada del hogar o cuidadora de ancianos. Y claro que una cajera puede ser ministra. Faltaría más. De hecho, mejor nos iría con más cajeras y menos leguleyos. Pero cajeras que no lo oculten primero y luego hagan de ello un motivo de orgullo y satisfacción rollo reina de las cajeras en una versión cutre y salchichera de "Pretty woman", el "spanish dream" de Podemos.

Así es que lo que a Montero le tendría que dar vergüenza no es haber trabajado de cajera sino haber rechazado una estancia en Harvard. O peor aún, estar preparando una ley de libertad sexual que rebaja las penas de los violadores. Eso sí es que una vergüenza.

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