"¿Escuchan eso? Es el silencio". No, tranquilos, no se han equivocado de sección, están en deportes, pero en este caso y en esta columna solo se hablará de política futbolística. ¿Qué es eso? Fácil. Veamos una de las definiciones de la palabra política: orientación o manera de actuar de una persona en un asunto determinado. La manera de actuar de la que vamos a hablar es la de ser profesional, la persona es Marcos Llorente y el asunto determinado ganarse un puesto en el Atlético de Madrid de Simeone.
El silencio ha sido siempre una de las premisas de Marcos, no solo en el Wanda Metropolitano, sino también en el Santiago Bernabéu. Lo más humano y visceral para cualquier futbolista en su pellejo hubiese sido mandar indirectas, hacer gestos en el banquillo o en los cambios y mostrar a fin de cuentas que ve injusta su situación. Marcos no lo hizo ni a la primera ni a la segunda ni tampoco a la décima. Lo dicho anteriormente, silencio.
Si nos fijamos en el contexto de Llorente en lo que va de temporada hubo mucho momentos en los que pudo torcer el gesto o, como mínimo, mostrar algún síntoma de desánimo. Les pongo dos ejemplos en dos partidos concretos: Atlético-Espanyol y Betis-Atlético. En ambos choques, el 14 rojiblanco entró en el minuto 89 para ser el típico cambio que ayuda al equipo a mantener la victoria en su zurrón. Y no, no es fácil para un jugador que cambió de aires en verano porque no jugaba darse cuenta de que, de momento, casi siempre era la solución para perder tiempo. ¿Algún gesto negativo? Ninguno. El compañero le chocaba la mano y Marcos se lanzaba como un loco a ocupar su puesto sabiendo que si tenía 180 segundos por delante los iba a sudar de lo lindo.
Este tipo de actitudes no suelen pasar desapercibidas para Simeone. "El trabajo se paga", dice siempre el Cholo y Marcos lo entendió perfectamente. El plus de esta situación es que habitualmente Simeone dice eso de futbolistas que llegan al Atlético siendo titulares indiscutibles en sus equipos anteriores y ya en el Calderón o el Metropolitano tardan un rato en adaptarse. El caso de Llorente no era así. Marcos dejó el Real Madrid para ser importante en el Atlético y además eligió a su llegada el 14 dejado por Rodrigo y por Gabi, es decir, llegó al rival vecino con el carácter suficiente para hacer olvidar al que se acababa de ir al City y al eterno capitán colchonero. No era moco de pavo, señoras y señores.
Mientras el silencio de Marcos Llorente se mantenía en el tiempo, los comentarios y las críticas rodeaban a partes iguales a él y a Simeone. ¿Por qué no juega? ¿A Simeone no le gusta Marcos? ¿No lo pidió él? ¿40 millones por un jugador que no juega? ¿Y si no tiene el nivel y el Real Madrid no se equivocó? Todo eso se escuchaba en la grada rojiblanca y, como no, también en la del eterno rival. Murmullos, palabras, gritos, dudas, preguntas y mientras tanto en casa de los Llorente, silencio y siguiente entrenamiento.
Todo era silencio hasta Anfield. En Liverpool sí se escuchó a Marcos Llorente. Tres veces en concreto y las tres fueron gritos de rabia. El primero llegó con el 2-1, el siguiente con el 2-2 y el último con el 2-3 de Morata a pase del propio Marcos. Dos goles y una asistencia en 'el partido'. Porque el choque de Anfield ha sido el partido de la temporada con mayúsculas. Allí sí gritó Llorente, en el momento más necesario y en el mejor escenario posible. Ojo, lo escucharon desde Sidney, Australia. Hasta allí llegaron sus gritos.
Al final del partido, abrazo con Simeone. Para algunos esta escena puede tener parte de un velado y no verbal "ahora vuelves a dejarme en el banquillo, míster", pero poco importa ya porque el éxito grupal se superponía a cualquier aspecto individual. El Atlético reinó en Anfield gracias al trabajo de un profesional. El jugador que todo club y entrenador quiere tener. Ese futbolista que habla en el campo cuando juega y lo más importante, también cuando no lo hace. En Anfield, Marcos rompió su silencio y la afición del Atlético de Madrid disfrutó con ello. ¿Escuchan eso? ¿Es el silencio? No, son los gritos de Marcos Llorente.