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Pablo Planas

La gran fosa común de España

Son unos auténticos incompetentes y unos zafios que están tratando de tapar una de las mayores tragedias de la historia de España a base de mentiras, amenazas y ruedas de prensa orquestadas.

Son unos auténticos incompetentes y unos zafios que están tratando de tapar una de las mayores tragedias de la historia de España a base de mentiras, amenazas y ruedas de prensa orquestadas.
EFE

Son unos auténticos incompetentes y unos zafios que están tratando de tapar una de las mayores tragedias de la historia de España a base de mentiras, amenazas y ruedas de prensa orquestadas por Iván Redondo, alias Rasputín, y dirigidas por el censor en jefe Miguel Ángel Oliver. Ordenaron a los alcaldes que no decretaran duelos, se niegan a mostrar el más mínimo respeto por las víctimas del coronavirus, pasan de los muertos cuando no son sus muertos y se niegan a reconocer que hay muchos más de los que recuentan cada día con pasmosa frialdad. Para ellos sólo son un número, estadísticas, picos y curvas cuyo único sentido es correr cortinas de humo sobre sus innumerables negligencias mientras los fallecidos se precipitan en la fosa común de una pandemia que primero era como la gripe, luego que nadie podía prever y ahora que nadie está resolviendo mejor que ellos.

Lo mínimo que podrían hacer es dar el pésame, decir al menos que lo sienten. Por las familias y los allegados de los muertos. Para quienes defienden a toda costa al Gobierno, las banderas a media asta, que doblen las campanas y las corbatas negras no resuelven nada. Tienen razón, no resuelven nada, pero son algunas de las maneras de honrar a los difuntos en las sociedades civilizadas. De hecho, los ritos funerarios datan exactamente de cuando el hombre deja de ser un animal y se convierte en un ser humano.

Esa izquierda que niega las exequias y baila sobre las tumbas del coronavirus es la misma izquierda que salió a la calle para llorar al perro Excalibur, la misma izquierda que llamaba inútil al doctor Fernando Simón cuando el ébola y ahora, con decenas de miles de muertos, considera que es un héroe al que se abrazarían por la calle a pesar del riesgo de contagio. Dicen que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se niegan a prestar atención cuando hablan los dirigentes de la oposición. Es cierto, parecen enfrascados en sus cosas cuando intervienen Pablo Casado, Santiago Abascal o Edmundo Bal. Seguramente es porque no son capaces de aguantarles la mirada. Ni siquiera se les había ocurrido promover un minuto de silencio, ni siquiera le han dado el pésame a Casado por la muerte de su tío.

El Gobierno está desbordado, acorralado, superado y no da más de sí. Sus miembros son el hazmerreír de medio mundo. Les tima cualquiera, lo que no impide que ellos timen a los españoles. Tendrán problemas para explicar con quién han hecho los negocios del coronavirus y quién se ha llevado la pasta. Pero si le encargaron la compra de tests a una empresa de píldoras de crecepelos sexuales que en su vida se ha visto en otra igual. Lo que tendría que hacer la Guardia Civil es investigar quién hay detrás de esas empresas del Gobierno en vez de perder el tiempo con las órdenes prevaricadoras de Grande-Marlaska.

¿De dónde habrán salido estos ministros? La última parida de Isabel Celaá evidencia la degradación moral e intelectual de tales personajes. Atención a lo que dijo: "Tenemos que proteger a la ciudadanía de mensajes falsos precisamente para tratar de mantener las condiciones sanitarias que es preciso mantener en un momento de pandemia como este. No podemos aceptar que haya mensajes negativos, mensajes falsos en definitiva, que transmiten a la ciudadanía consecuencias que luego pueden alterar su salud y que además van en contra de lo que significan y la integridad de las instituciones públicas". Y lo dice una miembra de un Gobierno aupado por los que se pasan la Constitución por el arco del triunfo, queman banderas de España, atacan a la monarquía parlamentaria, silban al Himno y quieren acabar con la democracia, los golpistas de Cataluña y los recolectores de nueces del País Vasco más los pijocomunistas que prometen lealtad al Rey y luego organizan caceroladas en su contra. Vaya panda de desahogados.

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