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Miguel del Pino

¿Se extinguen los toros bravos?

El ataque del Ministro Rodríguez Uribes a la Tauromaquia

Desde el momento en que el Sr. Rodríguez Uribes tomó posesión de la cartera de cultura, la Tauromaquia, enclavada plenamente en su jurisdicción, es objeto de su atención y protección con independencia de que le guste o no, lo cual es respetable como opinión personal.

Que debe ser objeto de su protección se deduce de la condición de Patrimonio inmaterial de la humanidad de que legalmente goza la Tauromaquia: tal condición obliga a las autoridades de la que depende a “protegerla y cuidarla” como literalmente rezan las instrucciones al respecto.

Pero resulta que al Sr. Ministro parece no gustarle, como se demuestran las declaraciones que han puesto en pie al mundo del toro, contraponiendo el toreo al teatro; Rodríguez Uribes dice textualmente que “yo no debo animar a la gente a ir a los toros”, en cambio anima a ir al teatro porque “es pacífico y no despierta polémicas”.

Sin embargo, para polémica, la que ha despertado con unas declaraciones tan poco afortunadas que los taurinos consideran, añado que con toda razón, un atropello.

También es mala suerte que a un ministro que no recomienda ir a los toros le toque dentro de su cartera el caramelo envenenado de la protección de la Tauromaquia, que por Ley viene obligado a cuidar. Vamos a recordarle dichas obligaciones.

Los toros son “patrimonio cultural inmaterial de los españoles según Ley 18/2013, y por ello debe ser protegida, difundida y cuidada por los dirigentes españoles aunque no gusten de ella. Según informa la Fundación del Toro de Lidia es la citada Ley la que ha permitido defender la Tauromaquia en los tribunales y ganar frente a aquellos dirigentes que la habían prohibido en diversos territorios españoles, prohibiciones que han sido desautorizadas por sentencia.

¿Qué puede hacer en definitiva un Ministro de Cultura que declara en contra de su obligación de cumplir algo que la Ley ordena? Caben varias soluciones: la primera y la que parece obvia, no aceptar el cargo, pero debe ser muy fuerte la tentación; así que al menos, podría callarse y, como le recomienda el profesor Amorós, con una expresión muy taurina, “saber estar en su sitio”.

Porque el ataque sibilino expresado en la frase “yo no debo animar a la gente a ir a los toros” resulta incompatible con las obligaciones asumidas, aunque sea una opinión personal dado el daño que puede hacer a un colectivo profesional absolutamente dentro de la legalidad, con los correspondientes abonos de toda clase de impuestos.

Dicho colectivo, aunque acostumbrado a recibir toda clase de insultos, esta vez se muestra particularmente indignado.

Más de veinte mil familias viven del toro bravo: no sólo los matadores o las grandes figuras, sino también todo el personal subalterno y quienes se mueven entre los cuidadores de reses, mayorales, ganaderos y profesionales relacionados con el espectáculo. En estos momentos de crisis hay demasiada tristeza y penalidad económica en tantas buenas gentes, que las declaraciones del Ministro se muestran plenas de insensibilidad y posible desconocimiento.

Otra posibilidad, si el Ministro gozara de la virtud, muy taurina, del valor, sería que se atreviera a entroncarse en el mundo antitaurino para lanzarse contra la Tauromaquia pidiendo su abolición: jurídicamente sería contradictorio con las obligaciones de su cargo, pero al menos resultaría coherente y su postura abriría no sólo una polémica como las que tanto dice querer evitar, sino una verdadera batalla.

Todo sería preferible al “pellizquito” que el Sr. Rodríguez Uribes ha asestado a un colectivo que, dicho coloquialmente, “no se mete con nadie”.

El toro bravo: una raza en peligro de extinción

Vamos con el principal protagonista del desastre taurino que vivimos: el toro bravo, es decir la “Raza de lidia del Bos Taurus ibericus”.

Con independencia de que los toros gusten o no, nadie discute que la supervivencia del toro bravo depende de la plusvalía económica que genera su lidia, ya que cualquier raza bovina de mayor aptitud cárnica sustituiría en la ganadería extensiva a los toros bravos si la Fiesta desapareciera.

Como lógica consecuencia, la crisis de espectáculos taurinos que se produce actualmente como consecuencia de la Covid está mandando al matadero a millares de toros bravos, parece que son casi quince mil los que han tomado el triste camino del embarque desde la dehesa con ese final para el que no había sido criado con tantos esfuerzos. Desde el mundo urbanita esto no preocupa en absoluto: para quienes amamos el campo y la naturaleza resulta escalofriante.

La costumbre ancestral celtibérica de luchar contra el uro y sus descendientes bovinos ariscos que se criaban en libertad en la Península ibérica ha evitado la extinción de este tipo de ganado como sucedió en el resto de Europa: es más lógico seleccionar reses tranquilas de sencillo manejo que hacerlo con otras cuya crianza resulta peligroso: la lidia, en sus diversas modalidades, muchas de ellas desconocidas por su antigüedad, vino a salvar los genes bovinos de la ancestral agresividad arisca bovina.

Pero es a partir del Siglo XVIII cuando se produce el milagro genético que supone la selección llevada a cabo por los ganaderos que establecieron las castas fundacionales del toro de lidia.

Nombres como los de la familia Cabrera, Gallardo, Ulloa y sobre todo los del Conde de Vistahermosa y Don Vicente José Vázquez, que no eran científicos sino hombres del campo, supieron recrear la imagen del viejo uro extinguido en la Edad Media, gen a gen, produciendo su selección no sólo de la agresividad, que pasó a llamarse bravura, sino también de cualidades, como la fijeza en la forma de embestir, que hicieron posible la lidia y en consecuencia, la supervivencia en el tiempo de tales estirpes.

Con el paso de los años, el proceso de selección que llevan a cabo los ganaderos de lidia ha conducido a algunos encastes dominantes que sería muy difícil que desaparecieran a corto plazo; pero otros, llamados minoritarios por adaptarse peor al toreo actual, sí corren serio peligro de extinción, y es posible que vacadas completas de estas reservas genéticas bovinas lo estén haciendo en estos momentos por no poder soportar los ganaderos románticos que las mantienen el peso económico del desastre.

En definitiva cabría pedir al Sr. Rodríguez Uribes que cumpla con sus obligaciones como Ministro de Cultura, o si esto le parece demasiado, que al menos haga el favor de documentarse porque el tema desborda por completo desde los puntos de vista humano, artístico y ecológico, la vieja polémica entre taurinos y antitaurinos.

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