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Zoé Valdés

Giscard

Nunca simpaticé con la figura de Giscard: demasiado frío, estirado, distante. El típico tío hipocritón.

Nunca simpaticé con la figura de Giscard: demasiado frío, estirado, distante. El típico tío hipocritón.
Valéry Giscard d'Estaing. | Wikipedia

Acaba de fallecer el expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing a la edad de 94 años, suite a las dolencias del coronavirus. Ya saben ustedes que desde marzo del año en curso la mayoría de las personas que fallecen a partir de los 60 años lo hacen infectados por el virus del PCCh/Biden, porque así lo requiere la nueva normalidad; más preciso: el reseteo o reinicio.

Giscard hacía años que se había apagado para los franceses. Apenas aparecía, y cuando salía en los medios televisivos o radiales había que subtitularlo o traducirlo; le costaba una barbaridad hablar y darse a entender, aunque al parecer se hallaba con gran lucidez todavía, pero, ya ven ustedes lo que son las cosas, el habla no concordaba con la mente y de tres palabras seis eran ininteligibles.

Nunca simpaticé con la figura de Giscard: demasiado frío, estirado, distante. El típico tío hipocritón. Sin embargo, su guignol de l’info me encantaba, aunque, mucho antes de arrastrarme de la risa con la marioneta de Canal Plus, más de una vez me partí en dos de la carcajada con las imitaciones que de él hacía Thierry Le Luron, fallecido prematuramente de sida a la edad de 35 años. Un gran artista.

Thierry Le Luron imitaba magistralmente a todos estos figurones de la política francesa, pero a los que perfeccionó hasta el delirio fue a Giscard y a Mitterrand. Este último consiguió, como buen socialista, prohibirlo en la televisión y hasta censurarle en los medios y echarle al Fisco encima, fue el inicio de la desgracia del actor y cantante. Y, sin embargo, ya moribundo, desde una suite del lujoso hotel Crillon donde finalmente falleció, el joven artista inconforme le dirigió una carta pidiéndole excusas. No recuerdo si Mitterrand le contestó, creo que sí. Faltaría más, no responder una misiva a su mejor doble en el lecho de muerte hubiera sido una descortesía, y eso los franceses no se lo permiten jamás. Y menos los socialistas, que te están clavando el puñal por la espalda no sin antes enviarte una tarjeta repujada en oro versallesco anunciándotelo, aunque con retardo de mensajero.

Giscard ha muerto, sí. No hubiera imaginado jamás que de covid-19. Pero la muerte no elige con pinzas. Lo que recuerdo más reciente de él es el libro que escribió donde contaba que había tenido un affaire con la princesa Lady Di. Fue a raíz de la muerte de esta en el Pont de l’Alma, o poco tiempo después. Difícil de creer lo del jugueteo amoroso, aunque Diana estaba tan perdida que igual Giscard, ya a sus tantísimos años, interpretó una de aquellas sonrisas flirtonas de la princesa como una entrega absoluta.

Lo que sí constituye una realidad es que con su muerte se va, o sea desaparece, una especie desde hace algún tiempo en extinción, cierto tipo de político galo, de una estatura consistente y respetable talla, o al menos ellos se lo creyeron, muy interesados en alcanzar un estatus de monumento nacional y universal que los definiera como especificidad esencial y sustancial de la Grandeur.

Prefiero quedarme con el epitafio que tan graciosamente ha escrito el periodista José María Arenzana para ZoePost.com:

Se ha muerto aquel exquisito galo que casi brindaba con champagne cuando la ETA asesinaba cada dos días en España, que perdió las presidenciales por recibir diamantes como bellotas, regalo del sátrapa Bokassa I que se coronó emperador; y que, una vez retirado, parió una Constitución europea deliberadamente sin el menor rastro sobre la Cristiandad…

No seré yo el que llore a semejante serpiente.

Ni yo.

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