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Miles de oportunidades perdidas

Más protección, detección masiva y vacunación racional es la triada sobre la que debe asentarse nuestra convivencia con el virus y con los que vengan.

Más protección, detección masiva y vacunación racional es la triada sobre la que debe asentarse nuestra convivencia con el virus y con los que vengan.
Llegada a un hospital de Aragón de vacunas de AstraZeneca | EFE

Si uno pudiera aislarse del ruido mediático, de las acusaciones cruzadas y de las emociones acumuladas, tendría la posibilidad de analizar lo que viene sucediendo en este presente continuo que comenzó allá por noviembre de 2019, y eclosionó en España en marzo de 2020. Un paso previo para este difícil ejercicio es fingir una pérdida de memoria selectiva para los numerosos mensajes contrasentido llovidos desde las alturas. Difícil, pero no imposible. A ver, hay que olvidar, por ejemplo, “las mascarillas son contraproducentes”, “el virus no se transmite por el aire”, “los tests de antígenos no sirven”, “las mascarillas mejores son peores”, “habrá dos o tres casos a lo sumo” y más recientemente “como mucho unos pocos cientos de casos de la variante británica”. Si queremos aprender y mejorar tampoco nos quedará más remedio que olvidar (o ignorar, como si no estuvieran) varios nombres, como Illa, Simón, los inrecordables del consejo asesor y luego, también, demasiados para nombrar, los encargados a nivel regional y local de gestionar la crisis. Habría que suponer también que esta sociedad inane no está inerme. Imaginemos ahora que pudiéramos actuar sin que nos lo impidieran los arriba olvidados. Es decir, que los que quieren y saben no estuvieran atados y amordazados por superiores, instituciones y burocracias incompetentes.

Imaginemos pues que volvemos al principio de todas las cosas y el sistema queda arrasado por el imprevisto, que no del todo imprevisible, tsunami de la primera ola. Ahora sabemos, cosa increíble, que los virus respiratorios se transmiten por el aire y que las mascarillas no solo sirven, sino que son imprescindibles. Desafortunadamente, el mensaje fue, desde la OMS al Gobierno, que eran un elemento de protección mínimo si acaso, cuando en realidad debería haber sido, “cubríos la boca y la nariz con lo que tengáis a mano”. Algunos lo hicimos y es verdad que nos miraban raro. Después de la protección, lo esencial es la detección rápida, seguimiento y aislamiento de las personas contagiadas. Al principio no había medios, luego eran escasos o demasiado lentos, pero no demasiado tarde dispusimos de una plétora de diferentes medios diagnósticos que, de una forma suficientemente rápida y eficiente, si usados e interpretados con sentido clínico, podían habernos permitido prevenir muchas de las consecuencias que venimos padeciendo de forma continua. Sin embargo, esta verdad elemental fue, y sigue siendo todavía, bombardeada con afirmaciones de “expertos”, tertulianos y tuiteros que como loros repiten consignas, que no opiniones científicas, emitidas a su vez por pollos descabezados, dichas con la absoluta seguridad del que no sabe nada, pero necesitar confiar ciegamente en su patrón ideológico, “Esta o aquella prueba sirve para el cribado, pero no para la detección”, y otras por el estilo.

En realidad, el conocimiento en tiempo real, o lo más aproximadamente posible, permitiría contener las infecciones y mantener el ritmo de las actividades de la vida diaria. Con la abundancia de pruebas de todo tipo, (serológicas, antigénicas, PCR), de las que disponemos ahora se podría hacer una prueba en la entrada de cualquier tipo de espectáculo o incluso tienda o restaurante, y/o expedir certificados de 72 horas de duración. Y por supuesto al subir o bajar de un avión, un tren o un autobús. O al entrar a un hospital, tanto usuarios como personal. Por supuesto, la responsabilidad individual y la ejemplaridad de las sanciones deben acompañar cualquier esfuerzo de este tipo. Pero pensemos que en una reunión de mil personas con ninguna infectada no se producirá ningún contagio. En cambio, en una cena de seis personas con una sola infectada se contagiarán probablemente las seis, como ha quedado repetidamente comprobado. La clave es sencilla: tenemos que pensar en vivir como si esta situación estuviera aquí para siempre y actuar en consecuencia con todos los medios, que los tenemos, a nuestro alcance. Esos medios nos permitirían convivir con el virus sin morir en el intento. Solo hay que tener la voluntad de llevarlos adelante y no dejar que nos lo impidan. Hay una alternativa, por supuesto. El modelo chino. Encierro a cal y canto, literalmente, con penas de prisión o peor hasta que un brote se autoconsuma. Prefiero el otro.

Y después de la protección individual y de la detección proactiva, llega la etapa de las vacunas. Una vez más, existe un multitudinario consejo asesor de no expertos. Pero imaginemos que podemos saltárnoslo y actuar como si el sentido común y la ciencia y la medicina existieran. El primer elemento necesario es por supuesto la disponibilidad. El criterio es simple, a cuantos más y más rápidamente mejor. Sin embargo, tenemos las que tenemos, pero sí que podemos usarlas con racionalidad. Y no lo parece mucho que lo sea vacunar, y con dos dosis a quienes ya han pasado la enfermedad. Al menos se podría y debería estudiar la situación inmunológica de esas personas. Es posible y factible. No solo aumentaría la disponibilidad para llegar a más población, sino que posiblemente se evitarían efectos secundarios más severos en esas personas.

Más protección, detección masiva y vacunación racional es la triada sobre la que debe asentarse nuestra convivencia con este virus y con los que vengan.

En esta sociedad adormecida, hay personas formadas que pueden afrontar crisis como la vigente y son, serían, capaces de mitigar enormemente sus efectos. Lamentablemente, nos hemos dotados de unos sistemas enormemente efectivos para impedir que eso suceda. No solo eso, estamos en un momento de la historia en que esa conjunción de elementos en el poder, los medios y el propio devenir de la sociedad hace que todo pueda hacerse sin que tenga la más mínima consecuencia. Sociedad inane, sociedad inerme. La conclusión inevitable es que las miles de ocasiones perdidas seguirán sucediéndose hasta que esta era haya pasado, en algunas generaciones. Y entonces, no sabrán si están mejor o peor porque es lo que han vivido. La única forma de actuar sin morir en la parálisis es asumir que la epidemia está aquí para siempre. De esta manera, si pasa finalmente, estaremos preparados para la siguiente.

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