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Cristina Losada

Pablo Iglesias, la decepción

Iglesias es hoy algo así como un traidor para muchos de los que creyeron en él. Y la decepción ha provocado aversión.

Iglesias es hoy algo así como un traidor para muchos de los que creyeron en él. Y la decepción ha provocado aversión.
Pablo Iglesias acicalándose para el debate. | Europa Press

El pobre resultado que, según las encuestas, va a obtener Podemos en Madrid con el líder máximo al frente de la candidatura y del cotarro es toda una paradoja, si se mira desde cierta experiencia de la política. A pesar del declive general del partido, era lógico esperar que la presencia del dirigente con el que se lo identifica tan íntimamente fuera a galvanizar a sus antiguos votantes. Y, siguiendo la misma lógica política tradicional, parecía de cajón que el estrellato de Iglesias, aun de capa caída, tenía que eclipsar a un Más Madrid que nunca ha llegado a tener brillo, carisma ni nada semejante.   

Los sondeos, sin embargo, incluido el último del CIS, que es el único que da esperanza a los partidos de izquierdas, insisten en colocar a Iglesias en la Asamblea, pero de último. Su salida del Gobierno, su renuncia a la vicepresidencia decorativa y su campaña, un déjà vu de la superproducción de demagogia que lo catapultó a la fama hace siete años, no le habrían servido, por tanto, para nada. Sólo, tal vez, para evitar la debacle de no entrar en el Parlamento autonómico, debacle que señalaría prácticamente el ocaso de Podemos como fuerza política de ámbito nacional. El melodramático desembarco de Iglesias en las elecciones de Madrid va a aportarle electoralmente muy poco y esto, a primera vista, resulta sorprendente.

¿Cómo es posible que el gran líder ya no consiga atraer a su gente? ¿Cómo es posible que la escisión errejonista resista la competencia e incluso mejore su resultado de 2019? Para explicarlo, habrá que remontarse al instante de ruptura con la política tradicional y sus partidos. Porque de aquel fermento caótico y naif, cuya primera y principal representación fue el 15-M, proceden las actitudes que marcan todavía las preferencias políticas del votante que en su momento creyó en Podemos. Creyó, sí, porque había que tener mucha fe, y muy poca experiencia de la política, para creer en todos los “sí, se puede”. 

La gran decepción que ha supuesto Podemos para muchos de sus votantes sólo se entiende desde aquella fe, más ciega de lo acostumbrado. Junto a la decepción por la falta de cumplimiento de promesas y expectativas políticas, que eran directamente irrealizables, hay una decepción aún más profunda con la persona de Iglesias, con su conducta en el partido y con su conducta personal. A fin de cuentas, Podemos es hoy un partido tan jerárquico como cualquier otro o más, dirigido casi en exclusiva por la pareja Iglesias-Montero, y ambos han  aprovechado los privilegios de los políticos que tanto denunciaron en su día y que fueron uno de los caballos de batalla del 15-M. No se olvide que aquello fue, ante todo, un movimiento contra los políticos y los partidos.     

Iglesias es hoy algo así como un traidor para muchos de los que creyeron en él. Y la decepción ha provocado aversión. Los que hace unos años apostaron por Iglesias, hoy quieren apostar contra él. Para votar contra Iglesias, van a votar a Más Madrid.

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