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Iglesias embarra el campo a la desesperada

Iglesias no es la democracia, sino todo lo contrario, su principal enemigo en España.  

Nadie con un mínimo respeto hacia su propia inteligencia puede tomarse en serio la charlotada de Pablo Iglesias este pasado viernes en la Cadena SER. El líder ultraizquierdista que declara alertas antifascistas, caracteriza a los miembros de VOX como nazis peligrosos que hay que neutralizar y felicita a sus militantes por apedrear a los asistentes a los mítines del partido de Abascal, no puede huir de un debate porque existen dudas sobre la autoría de unas amenazas epistolares pretendiendo que esa simple duda supone un ataque intolerable contra la democracia.  

Porque Pablo Iglesias no es la democracia, sino todo lo contrario, su principal enemigo en España, como viene demostrando desde que la desesperación social provocada por la dura recesión económica de 2011 llevó a su movimiento chavista a irrumpir con fuerza en las instituciones.  

Pasada la efervescencia del momento y manifiestamente acreditada la profunda incompetencia y el sectarismo radical de los podemitas, el movimiento bolivariano dirigido por mano de hierro por el potentado de Galapagar se enfrenta a unas elecciones en Madrid que podrían suponer su tumba política si el próximo 4 de mayo se confirma el batacazo que anuncian no pocas encuestas. Esa es la razón que explica la performance ridícula de Iglesias en la radio, donde se comportó como una doncella ofendida cuando, en realidad, se trata de un agitador profesional de la violencia contra el adversario político en la más estricta obediencia ideológica chavista.

El dirigente podemita está dispuesto a dinamitar las elecciones del próximo 4 de mayo, lo que demuestra la ausencia de escrúpulos de un personaje capaz de cualquier cosa con tal de no aceptar la dura derrota que las encuestas le vaticinan. Pero no está solo en esta operación de profunda degradación de nuestras instituciones democráticas. Junto a él forman también los demás candidatos de izquierdas que concurren a las elecciones madrileñas, encabezados por el pobre Ángel Gabilondo, que ha pasado de asegurar que jamás contaría con Iglesias en su Gobierno a convertirse en su más fiel lacayo tras la espantada radiofónica del bolivariano.

Iglesias necesita embarrar la arena electoral para tratar de evitar el desastre que se le avecina, pero a estas alturas de la farsa ultraizquierdista nadie puede dar credibilidad a su huida vergonzosa de una batalla electoral que el potentado comunista considera ya más que perdida.  

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