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Cristina Losada

La cogobernanza era esto

Se llama cogobernanza a la práctica de eludir la responsabilidad cuando la epidemia va mal y tomar el mando cuando la epidemia va bien, pero para actuar como si fuera mal.

Por fin se empieza a saber qué es la cogobernanza. La necesaria aclaración ha tardado. Desde que el presidente Sánchez empleó la palabreja, dando a entender que la gestión de la epidemia se haría de común acuerdo entre el Gobierno central y las comunidades autónomas, ha pasado el tiempo y se han sucedido fases distintas de la epidemia. Si exceptuamos aquella primera etapa, en la que el Gobierno decretó el estado de alarma en todo el territorio nacional, fueron los Gobiernos autonómicos los que se encargaron de establecer y modular las restricciones.

No era mala fórmula para afrontar la crisis que cada autonomía pudiera adoptar medidas distintas, dentro de un abanico común, y bajo un paraguas jurídico sólido y también común. Las regiones tienen la competencia en sanidad desde hace años y conocen bien los medios de que disponen. Conocen el terreno, en cualquier caso, mucho mejor que un Ministerio de Sanidad que ha quedado prácticamente vacío. La desigual incidencia de la epidemia aconsejaba una aproximación también desigual. Si la tal cogobernanza hubiera consistido en que el Gobierno central se ocupaba de aquellos frentes que estaban dentro de sus competencias y las autonomías de los suyos, que eran la mayoría, la cogobernanza, a pesar de las ínfulas del término, habría sido un procedimiento razonable.

La realidad es que de gobernanza, que implica eficacia, no hubo casi nada y de cogobernanza, que supone consenso, muy poco. Las disensiones han sido frecuentes. La coordinación, un desiderátum. Y el Gobierno central ha oscilado entre la injerencia más radical, como cuando impuso el cierre de Madrid, y la inacción más asombrosa, como cuando dejó que llegara el final del estado de alarma sin haber preparado un paraguas jurídico alternativo. Pero en aquel momento, coincidente con las elecciones en Madrid, Sánchez optó por el optimismo y proclamó que, con la vacunación, ya teníamos a la vista la famosa luz al final del túnel.

Pues resulta que no. Ya no. Después de un largo período de ponciopilatismo, el Gobierno ha decidido tomar las riendas con una hoja de ruta que obligaría a muchas regiones a retroceder, sin necesidad, en la desescalada. Y ello en un momento en que aumenta el número de vacunados, decrece la incidencia y se reducen las hospitalizaciones. El Gobierno sigue voceando buenas noticias sobre la vacunación y la inmunidad de grupo, pero quiere imponer medidas que las desmienten. Imponerlas, sí, puesto que no hay consenso, a menos que aceptemos que el consenso, en la enésima redefinición, es la mayoría simple.

La praxis gubernamental ha dejado, al fin, claro en qué consiste la cacareada cogobernanza de la epidemia. Se llama cogobernanza a la práctica de eludir la responsabilidad cuando la epidemia va mal y tomar el mando cuando la epidemia va bien, pero para actuar como si fuera mal. Ahora sólo hay que explicárselo a los cogobernados.

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