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Europa y el respeto

Europa no será la solución, pero puede ser parte del remedio o del problema. Y eso en buena medida depende de qué haga España por sí misma.

Uno de los errores más habituales de una parte del denominado constitucionalismo es su confianza ciega en las instituciones europeas como salvaguarda frente a los peores excesos del separatismo o de su gran aliado, el Gobierno social-comunista de Sánchez el traidor.

Se trata de un actitud bastante papanatas que suele aventarse citando con voz o prosa engoladas la que es, seguramente, la frase más estúpida de Ortega y Gasset: "España es el problema y Europa la solución". Quizá sea una herencia de los múltiples complejos que han atenazado a la Nación desde hace tanto tiempo, quizá un reflejo de la inmadurez de la sociedad actual, en la que todo el mundo parece esperar que alguien o algo –el Estado, Europa, la ONU…– solucione sus problemas; pero, en cualquier caso, es un error terrible: en primer lugar, porque España no es ningún problema sino una de las naciones más antiguas y fructíferas del mundo. Y, en segundo, porque, si bien es cierto que España tiene problemas, debe y sólo puede solucionarlos ella misma: ni Europa ni Estados Unidos ni ninguna entidad o institución pueden hacer lo que no hagan los españoles.

La actitud de Europa es, de hecho, el mejor ejemplo: los contratiempos y reveses que regularmente sufre España a cuenta del desafío separatista –tan corrosivo y potencialmente explosivo para la propia Europa, dicho sea de paso– no son tanto fruto de una oscura conjura antiespañola como fruto de nuestras fallas; de nuestra falta de coraje y de nuestra pésima gestión diplomática de la cuestión.

Durante años, los diferentes Gobiernos han oscilado entre la inacción más estupefaciente –mientras los separatistas sí desarrollaban una intensa labor de agitprop... ¡a costa del contribuyente español!– y el sabotaje directo de nuestras posiciones, en lo que han descollado los peores presidentes que hayamos padecido desde la instauración de la democracia: los felones José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez.

Si el Gobierno central, en lugar de batallar sin descanso por la verdad, calla o, peor, indulta a delincuentes condenados por el gravísimo delito de sedición, con argumentos tan viles como la equiparación del cumplimiento de las penas con la venganza, ¿qué pueden pensar un juez del norte de Alemania o un diputado letón? En cualquier ámbito de la vida o de la política, pero más aún en las relaciones internacionales, si uno no se respeta, lo normal es que no sea respetado, especialmente por quienes lo detestan.

Europa no será la solución, pero puede ser parte del remedio o del problema. Y eso en buena medida depende de qué haga España por sí misma.

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