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Pablo Planas

Palabra de Sánchez

La creación de una "mesa de negociación" entre el Gobierno socialista y los separatistas es una invitación al desastre, peor que fumar en un polvorín.

La creación de una "mesa de negociación" entre el Gobierno socialista y los separatistas es una invitación al desastre, peor que fumar en un polvorín.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recibe al presidente de la Generalidad, Pere Aragonès. | EFE

Que ha dicho Pedro Sánchez que no habrá referéndum de autodeterminación en Cataluña. La trayectoria del presidente del Gobierno es sobradamente conocida. Tampoco iba a haber indultos y resulta que los nueve golpistas de la trena ya están en la calle envenenando la situación. Se lo ha recordado hasta Rufián, su socio y colega. Tampoco iba a pactar nunca con los separatistas catalanes y ahora son su sostén parlamentario. Ni con los herederos de ETA. Ya, igual cuando dijo que sólo imaginar un Gobierno con Podemos le quitaba el sueño. Es Sánchez, el hombre que desconoce el valor de la palabra dada, el tipo que sólo sabe mentir.

El contacto frecuente de Sánchez con los empresarios, los obispos y los separatistas catalanes tendrá consecuencias funestas para la sociedad española y más cuando por medio está otro socialista, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, a quien han encargado el papel de "relator" de la mesa de destrucción de España. Además, los dirigentes del PSOE que tienen una cierta de España no son precisamente de fiar porque tal idea consiste en que nuestra Nación es una "nación de naciones" o que la nación es un concepto "relativo". Ya sean mandarines del PSOE o del PSC, todos abogan por el federalismo, que es humo envuelto en gas para dar satisfacción a los regionalistas vascos, catalanes y gallegos, que se proclaman nacionalistas porque se creen que son superiores a los demás.

Intentaron la fórmula con Zapatero y Maragall y de aquellos polvos estos lodos. Pretendían llevar a cabo lo que llamaban una segunda Transición que resolviera definitivamente otro delirio al que se referían como el "encaje de Cataluña en España". Les salió el Estatut, un engendro que el propio Zapatero y Artur Mas, personaje catastrófico que entonces era el jefe de la oposición en Cataluña, se dedicaron a trastocar para que quedara a gusto de los convergentes, que por aquellas iban de moderados. ¿Qué se podía esperar de Zapatero y Mas? Cualquier disparate. No hay más que ver en qué han quedado. El primero es el principal aval de los tiranos de Venezuela. El otro, el individuo que condujo Cataluña a la mayor crisis social, política, moral, cultural y económica desde la Guerra Civil.

Los socialistas vuelven a las andadas para conseguir en Cataluña lo que van a perder en el resto de España, los votos necesarios para mantenerse en el poder. Y harán lo que haga falta. Antes de que el proceso separatista adquiriera velocidad de crucero, los principales dirigentes del PSC se manifestaban partidarios de esa estupidez del "derecho a decidir". Muchos de esos prebostes, como el hermano de Maragall o el actual consejero de Interior, acabaron en ERC o fuera del partido, como Nadal, el exalcalde de Gerona. En cambio, Iceta, de la misma cuerda, se quedó y aprovechó los huecos.

La misma creación de una "mesa de negociación" entre el Gobierno socialista y el Govern separatista es una invitación al desastre, peor que fumar en un polvorín o que intentar apagar un fuego con gasolina. Que no habrá un referéndum en Cataluña, dice Sánchez. Lo mismo dijo Mariano y aquí estamos.

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