La situación de Pablo Casado en el Partido Popular es tan insostenible que ni siquiera en el reducido grupo de supuestos incondicionales que forman su Junta Directiva encontró este lunes el apoyo unánime que mendigaba para evitar su dimisión. La soledad del aún presidente del PP queda reflejada en el hecho de que hasta en ese órgano integrado por los más obsecuentes hubo duros reproches a la infame gestión de la crisis desatada por él y su supuesto lugarteniente, Teodoro García Egea, con el intento de chantaje a la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Las sedes regionales y locales del PP, así como los denominados barones, arden de indignación por el enrocamiento de Casado y Egea en unos cargos en los que nadie quiere verlos ya, salvo los más serviles (que lo serán igualmente con los que vengan). Ambos actúan como si el partido fuera suyo y el resto, empezando por los demás dirigentes y cuadros y terminando por los militantes y simpatizantes, debieran limitarse a ver, aplaudir y callar; pero el domingo pudieron comprobar cómo están verdaderamente las cosas en la calle, cuando miles de personas clamaron por su dimisión ante la sede central del partido.
Casado y Egea se niegan a admitir el hecho incontrovertible de que su tiempo en el PP ha pasado. Ni el primero será jamás candidato a la presidencia del Gobierno ni su supuesto segundo seguirá matoneando en la organización. En la Junta Directiva Nacional convocada para el próximo lunes tratarán de hacer una última maniobra a la desesperada, pero su salida –por la puerta de atrás– es cuestión de –muy poco– tiempo.
Su insensatez y su patanesca falta de escrúpulos, evidenciadas en el intento de chantaje a Ayuso, los convierten en peligrosos pollos sin cabeza dispuestos a cualquier cosa y, por tanto, a dinamitar de una vez por todas el PP. Habrá que estar atentos a sus maniobras de aquí al lunes, pues todo parece indicar que seguirán hundiéndose en el fango del descrédito.
Sánchez, el Sánchez al que tantas veces han rescatado con su cobarde estulticia, no debe de caber en sí de gozo.

