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Juan Gutiérrez Alonso

Un mundo dividido en pedazos

De Occidente, Solzhenitsyn destaca especialmente su declive. Lo atribuye, entre otras cosas, a la merma de la valentía.

De Occidente, Solzhenitsyn destaca especialmente su declive. Lo atribuye, entre otras cosas, a la merma de la valentía.
Alexander Solzhenitsyn | Cordon Press

Alexander Solzhenitsyn fue uno de los intelectuales más destacables del siglo XX. Autor de obras memorables como Archipiélago Gulag, El error de Occidente o El problema ruso: al final del siglo XX, se convirtió en una de las víctimas más conocidas del cruel Estado comunista que surgió en su país. Leerle hoy genera interés y angustia casi por igual. En plena invasión de Ucrania, conviene recordar su discurso Un mundo dividido en pedazos, que tuvo lugar el 8 de junio de 1978 en la Universidad de Harvard.

Primero nos advierte que la verdad nos elude si no nos esforzamos en seguirla, raramente es grata, porque casi siempre suscita ansiedad. Eso sí, a quien la trae no hay que considerarlo como un adversario sino un amigo. Frecuentemente esto se nos olvida.
En 1978 existían dos claras potencias mundiales. Estados Unidos con el bloque europeo, por un lado, y la antigua URSS con sus aliados, por otro. Para Solzhenitsyn, en Occidente se estaba cometiendo el error de limitar las diferencias entre una y otra potencia al terreno de la política o a un equilibrio de fuerzas militares. La división era, y es, mucho más profunda y conlleva el peligro de múltiples desastres. Cierto es, además, que existían otros mundos contemporáneos diferentes: China, India, el mundo musulmán y África, si aceptamos mirar estas dos últimas como unidades compactas.

El novelista, crítico e historiador ruso, además, cree que Rusia no es Occidente. El territorio que va desde Europa al Pacífico pertenece desde hace mil años a una categoría autónoma, algo que el pensamiento occidental no ha comprendido. Tampoco Rusia comprende muchas cosas de Occidente, cierto es, ni en Occidente se alcanzó a entender la prolongada cautividad comunista y la conformación de un peculiar tipo de Estado que se prolonga hasta nuestros días.

De Occidente, Solzhenitsyn destaca especialmente su declive. Lo atribuye, entre otras cosas, a la merma de la valentía. Considera que la característica más evidente de sus élites gobernantes e intelectuales es la falta de coraje. Algo que causa una impresión de cobardía en toda la sociedad. Los cobardes occidentales, dice, explotan de cólera cuando tienen que tratar con débiles, con aquellos que no tienen instrumentos de defensa frente. En cambio, cuando tienen que vérselas con poderosos entonces quedan mudos y paralizados. Sean gobiernos fuertes o terroristas internacionales. Desde la Antigüedad sabemos que la pérdida de coraje es el principio del fin.

El bienestar tampoco ayuda. El Estado de bienestar occidental, según el cual cada ciudadano tiene asegurado los bienes materiales y servicios en cantidad y calidad trae consigo unas importantes consecuencias negativas. En este proceso hacia la abundancia y la disponibilidad se pasa por alto un detalle psicológico: el constante deseo de poseer cada vez más cosas, que lleva a la ansiedad e incluso la depresión.

Esto ha dominado ya todo el pensamiento humano y aleja lo espiritual. La prioridad es vivir mejor que nuestros padres y abuelos hasta una casi ilimitada libertad de placeres. ¿Quién renunciaría a esto? ¿Por qué arriesgar todo esto en la defensa del bien común, especialmente si la seguridad de la propia nación se deba defender en tierras lejanas? Hoy el bienestar en la sociedad occidental muestra ya su cara más perniciosa.

Y luego está la vida legalista. Todo conflicto se pretende resolver en Occidente conforme a la letra de la Ley y esto se considera como solución perfecta. Nada más es requerido. Exigir una autolimitación o una renuncia a estos derechos, convocar al sacrificio y asumir riesgos con abnegación suena absurdo. El autocontrol voluntario es algo desconocido. Todo el mundo se ajusta a la ley. Pero una sociedad basada en los códigos de la Ley sin mirar hacia algo más elevado no es suficiente, según Solzhenitsyn. La atmósfera de mediocridad moral triunfará y será imposible afrontar los conflictos con el solo respaldo de una estructura legalista.

¿Es entonces Occidente el modelo a seguir para Rusia? El más agudo y férreo crítico del sistema comunista que tanto perduró en su país, afirma que no propondría Occidente como modelo. No recomendaría la sociedad occidental como ideal para transformar la rusa. El sistema occidental no es atractivo y es entristecedor por el debilitamiento de la personalidad humana, mientras que en el Este se ha vuelto más firme y fuerte. Para él, la compleja y mortal presión de la vida cotidiana en el Este ha provocado la aparición de personalidades más fuertes, más profundas e interesantes que las generadas por al bienestar estandarizado en Occidente. Si la sociedad rusa debiera transitar hacia los estándares occidentales significaría una mejora en determinados aspectos, pero también un empeoramiento en otros muchos.

Cierto es que no se puede permanecer indefinidamente en la arbitrariedad como sucede en Rusia, pero tampoco tiene fácil encaje la denominada "suavidad legalista" de Occidente. Solzhenitsyn sostiene que después de décadas de sufrimiento, violencia y opresión, el alma humana anhela cosas más altas, más cálidas y puras que aquello que ofrece la publicidad, el aturdimiento televisivo y la música insoportable de Occidente. Sin olvidar la decadencia del arte, la ausencia de verdaderos estadistas y la lesión del modelo democrático por cosas tan en principio insignificantes como apagones de luz, que pueden provocar importantes movimientos subversivos.

Todo ello sin olvidar, además, que el régimen comunista ha perdurado gracias a los intelectuales occidentales, que primero negaban los crímenes del comunismo y luego, cuando no podían negarlos, los justificaron. El prestigio del comunismo es cero, sus resultados son horribles, pero a pesar de ellos los intelectuales occidentales siguen mirando hacia él con nostalgia. Calamidad de una conciencia desespiritualizada. Un humanismo irreligioso. El ser humano, que no está libre de defectos, se ha hecho el centro. Hemos perdido el concepto de entidad suprema completa que limita pasiones y también las irresponsabilidades. Nos hemos echado en manos de la política y las reformas sociales. A ellas confiamos todo, mientras que el hecho espiritual está siendo pisoteado por la jauría comercial en Occidente y la partidaria en el Este.

Finaliza Solzhenitsyn su intervención afirmando que, si nos libramos de la destrucción por la guerra, tendremos que redimensionar y cambiar la vida bajo pena de perecer por sí misma. La creencia en un ser superior ayuda a sortear la expansión destructiva. El mundo deberá demandar de nosotros un fuego espiritual, pues en la próxima etapa antropológica será fundamental comprender que nadie tiene más salida que hacia un solo lado: hacia arriba. Él nos dejó el 3 de agosto de 2008, en Moscú. A la capilla ardiente, que se instaló en la Academia de las Ciencias, acudió a rendir homenaje, qué cosas, el mismísimo Presidente Vladímir Putin.

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