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La lógica de lo impropio

¿Aspiramos a una sociedad asilvestrada, a una sociedad incapaz de marcarse un fin para el que se requiera un esfuerzo?

¿Aspiramos a una sociedad asilvestrada, a una sociedad incapaz de marcarse un fin para el que se requiera un esfuerzo?
La ministra de Educación y Formación Profesional, Pilar Alegría. | EFE

Cualquier relato de la España actual, hecho a alguien ajeno a nuestra tierra, seguramente provocará el mayor de los asombros. No importa de qué hablemos: abarca tanto la gestión económica, como los planes para la educación de los jóvenes; tanto la administración de los fondos de la Unión Europea, como las acciones, con frecuencia incomprensibles, de la Administración de Justicia, especialmente las referidas al Ministerio Público…

Estoy pensando en todas aquellas decisiones políticas que, cualquier mente serena e informada, rechazaría por ser contrarias al bien común, incluso contrarias a lo esperado de un pensamiento medianamente organizado.

Por ejemplo, yo preguntaría inocentemente: ¿qué se pretende con los planes de estudios elaborados por el Gobierno que, empezando por la enseñanza infantil, va ascendiendo hasta llegar a la universitaria?

¿Se trata de conseguir una sociedad ignorante, inculta, incapaz de colaborar en objetivos comunes, porque ello requiere pensar, buscar alternativas, establecer relaciones entre los postulados iniciales y sus resultados finales?

En otras palabras ¿aspiramos a una sociedad asilvestrada –sin ofender a los silvestres por naturaleza–, a una sociedad incapaz de marcarse un fin para el que se requiera un esfuerzo?

¿Es posible que nadie se haya planteado que una comunidad de personas es lo que sea su capacidad de conocer, de relacionar verdades, de estructurar hechos, de fijar objetivos y de establecer los medios para su consecución? Sólo quien no sea capaz de todo esto, puede pregonar la sencillez, la facilidad, la ausencia de esfuerzo, lo superfluo del conocimiento. El resultado, aunque no lo sepa, es la aniquilación como civilización.

Pasarán sí, los años y las generaciones, sucediéndose sujetos que nada aportarán para el bien de la propia sociedad, porque ni siquiera se han parado a enjuiciar su propia situación. Años de vaciedad, tiempo estéril que nunca volverá. Lo perdido, perdido estará para siempre; irrecuperable, porque quien tendría que recuperarlo, no es capaz de saber que aquello no es sociedad sino amalgama de seres sin nada que ofrecer.

¿Es que acaso la democracia –el mejor de los sistemas políticos– no es capaz de garantizar, con sus procesos electorales, la elección de gobiernos competentes, con elevados intereses sociales, y dispuestos a construir los caminos para alcanzarlos?

Para gobernar se precisa amplitud de mente y conocimiento fértil; es así que la mayoría de los candidatos a gobernar carecen de ambos atributos, concluimos que, la mayoría de los gobernantes serán incapaces de gobernar. Un silogismo muy sencillo e inapelable.

De aquí la lógica de lo inconveniente, de lo impropio, de lo perverso social. Por cierto, señora ministra de Educación, la Lógica, como parte de la Filosofía que ustedes olímpicamente eliminan, se estudiaba en quinto de bachillerato, por lo que a la temprana edad de 14-15 años ya teníamos claros estos conceptos, que hoy no tienen los gobernantes.

Y es que, todo suceso –también una ley, una decisión política…– se justifica por sus antecedentes, es decir, por la capacidad de juicio recto de quien gobierna.

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