Hay pesadillas dobles. Borges reconoció que tenía dos pesadillas personales y siempre las mismas: la del laberinto y la del espejo. Además refiere otras dos literarias. Adenauer, uno de los fundadores de la Europa actual, tenía otras dos pero gemelas. La del peligro comunista y la de que la fidelidad a la OTAN impidiese la reunificación alemana. Lo de las pesadillas dobles acontece en muchos escritores y personajes y da para mucho. Yo no soy tan importante pero he de reconocer que también he sufrido dos pesadillas. Sobresalgo en que, además, he añadido un medio sueño.
Mi primera pesadilla tiene que ver con el tenis. Como he tocado raqueta hasta los cincuenta y tantos, puedo garantizar que aprender a jugar a este deporte es muy difícil y exige mucha constancia, voluntad y rigor. Por eso, lo que he padecido estas pasadas noches es aterrador. Verán. Yo, en realidad, era una mujer y salía a una pista de tierra batida con mi bolsa y mis deseos. Entonces, me crucé con mi oponente, que era de un tamaño descomunal, más de 1,80, y de una musculatura inusual. Íbamos a disputar la final de un campeonato para el que me había estado preparando 15 años. Perdí por 6-0 y 6-0 en 38 minutos. Lloré como una magdalena.
Cuando me desperté, supe que aquella persona que me había ganado de forma tan humillante en realidad era un hombre que dijo a la Federación que se sentía mujer. Por aquel entonces, ése o ésa, yo qué sé, ocupaba el puesto número 478 del ranking de la ATP y no parecía que sus resultados, que busqué con fervor, fueran a conducirle a mejores posiciones. Pero entonces dijo sentirse mujer y le fue permitido participar en la liga internacional femenina WTA sin el requisito razonable de que realmente fuera una mujer en todos los parámetros medibles.
Naturalmente, a mi derrota siguieron las de otras muchas tenistas que habían dedicado su vida a este deporte y en pocos meses Irene Montero, que así se llamaba la intrusa, llegó a ser la número uno del mundo. Entonces me volví a despertar sudando. Tenía sobre la cama la clara y distinta entrevista de Nuria Richart a Irene Aguiar sobre las Leyes Trans y había entendido que podían convertirse en la mayor discriminación jamás contada contra las mujeres que son y se sienten mujeres.
Mi segunda pesadilla tuvo que ver con los ojos de Molotov que lo veían todo para Stalin salvo sus crímenes. Dos de ellos fueron especialmente cruentos. El pacto con los nazis de Hitler en 1939 y el asesinato ordenado vía Beria de casi 26.000 oficiales y personalidades polacas en la por fin desvelada masacre de Katyn, o Ucrania. Pero en mi pesadilla los ojos de Molotov eran los de Teresa León, la primera esposa de Alberti, que lo vigilaban todo y a todos (cerrándolos para los crímenes estalinistas de aquí) mientras el portuense y Pablo Neruda se reían en el ángulo oscuro del salón.
Y entonces llegaba Miguel Hernández y escribía en una pizarra: "Se equivocó Rafael/se equivocaba./El vuelo de la paloma/no era el vuelo de las balas/ni era el odio de los trigos/a la frescura del agua/ni el Sur ni el Norte eran blusas/sino dos trajes de España". Sonó una bofetada y el de Orihuela cayó al suelo llorando y recordando a su suegro, el Guardia Civil del bando nacional al que asesinaron unos milicianos republicanos.
Cuando me desperté, tenía en las manos el folleto del espectáculo de Carmen Linares en el teatro de la Maestranza de Sevilla, no equivocada su paloma por el sol intenso de Miguel Poveda y el taconeo de una sorprendente Vanesa Albar que me trajo al corazón a aquel bailarín bolero Félix García, andaluz de Madrid, sepultado tres pisos por debajo en el cementerio inglés de Epsom. Allí fue enterrado vivo durante más de dos décadas, dijeron que loco, desde los 16 años, tras haber inventado la farruca de El sombrero de tres picos de Manuel de Falla para los ballets rusos del colosal infame Serguéi Diaguilev.
De esta segunda pesadilla me sacó un medio sueño. En él, me subía a un púlpito digital y predicaba con todo convencimiento que o los miserables de España dejaban de calumniar y de expulsar de esta democracia esperpéntica a Vox, que no a Bildu y a los golpistas despedazadores de España, o desde ahora mismo anunciaba que voy a votarlo en todas las elecciones hasta que la jauría deje de ladrar. Entonces no me desperté porque era un medio sueño. En la otra mitad del sueño me veía votando en Andalucía sin miedo aunque sin esperanza.

